Manzanares
El Real es un hermoso pueblo. Cuando el
sol del otoño calienta, sus calles se visten de bullicio y paseo. A esas horas,
los montañeros ya hace rato que llegamos al aparcamiento de El Tranco, uno de
los diferentes lugares por el que se accede a La Pedriza a través de la calle
que bordea el Restaurante Casa Julián.
Las piedras
comienzan de inmediato. Plantados ante la enorme e inminente Pedriza nos
dirigimos a nuestra derecha, después de superar una portillera estamos ya
metidos en el sendero que llanea por detrás de las casas entre jaras, piornos y
matorral. La ascensión es tan suave que los montañeros pueden ir conversando
sin necesidad de reservar fuerzas en estos primeros momentos.
La gran roca
con la Cara del Indio asoma tras un recodo, es una vista digna de reseñar y
seguramente permanece en el recuerdo desde la primera vez que se contempla, en
mi mente perdura su visión hace ya algunos años. A nuestra derecha el pueblo se
extiende casi entre la magia, como si los edificios formaran parte viva del
vivo verdor; hacia arriba la Pedriza va ganando rocosidad y visión pétrea, de
la misma entraña de roca nace un solemne alcornoque. Dicen que esta zona se
llama El Alcornocal y que antaño, esta zona, estaba poblada por numerosos
alcornoques. Existen también leyendas de cuevas y bandoleros con sus tesoros
escondidos, nosotros en nuestras andaduras no hemos descubierto ninguna alhaja
perdida de antiguas épocas.
Jose
muestra la Cueva del Ave María.
El tesoro es
la misma calma de la montaña. El Collado de la Cueva es nuestro faro en esta
jornada ahora iluminada por la luz y sospechosa de algún chaparrón posterior.
Suenan arroyos a nuestro paso. Los poetas y los músicos han compuesto hermosos
lirismos a estos deliciosos sonidos, cuando nos encontramos en la naturaleza
esa dulzura de agua compone su propia melodía en el alma y es sosiego y es
calma y es paz y es armonía y es eternidad en un instante.
Allá abajo a
la derecha, donde el pueblo se esconde entre las faldas del monte y la
vegetación, podríamos visitar la Ermita de Nuestra Señora de la Peña Sacra.
Seguimos, no obstante, hacia la izquierda buscando la Cueva del Ave María,
guiados pradera adelante por la pared de un antiguo corral. Aquí estamos
trepando y visitando su interior, un poco más arriba tras una trepada más
complicada se descubre otra grieta en la piedra que es una cueva de intrincado
interior que lleva a otra salida, nosotros no tenemos la pericia necesaria para
intentar tal recorrido.
Apoyado
sobre el Caracol en la Pedriza miro al futuro con la lentitud y la pausa
necesaria para descubrir modos de transformar la tierra.
Volvemos al
camino que habíamos dejado y continuamos hacia el Caracol y el Risco del
Ofertorio o de las Mozas, en la Pedriza son muchas las piedras con formas o
leyendas que se perpetúan en sus nombres. Unos pasos más y nos encontramos con la Gran Cañada que atravesamos. Más arriba descubrimos las Peñas Cagás, que dejamos a la derecha a media distancia. Después de ver en una roca la indicación de Senda Maeso hemos de enfrentarnos a una fuerte subida; el cielo, que era azul hace algunas horas, se ha cubierto y deja
caer unos copos de nieve. Continuamos superando riscos, en algún punto aumenta la dificultad y nos ayudamos unos a otros; en la montaña la solidaridad está siempre presente, la atención a los compañeros es parte de la jornada; pasamos al lado de la
Cueva de la Nieve...nuevos riscos, nuevas pruebas de esfuerzo y compañerismo... a través de una especie de
brecha entre las enormes rocas salimos hacia las Praderas del Yelmo.
La
naturaleza ofrece una cortina de nieve cuando pasamos por delante de la Cueva
de La Nieve.
Arrecia la
nieve y el viento. Estamos de bajada hacia el Collado de la Encina, antes nos
desviamos para visitar la Lagunilla del Yelmo. La vida y la montaña tienen
escondidos misterios, la montaña y la vida ofrecen ocasiones únicas que no se
pueden ni pasar ni olvidar…En fin, llegamos
a la hermosura de la Lagunilla entre una cortina de nieve y el furor del
viento; nos detenemos el tiempo justo para dar cuenta de las viandas y para
gozar el lugar pese al furor del clima.
En la
Lagunilla del Yelmo las manos se congelan, el corazón salta de gozo.
Siempre
adelante, ya en el tiempo del retorno, más abajo del Collado de la Encina, La
Gran Cañada apunta a la Senda de Las Carboneras… los copos se hacen gotas de
agua…nuestras pisadas vagan entre la piedra húmeda y el barro…precaución
montaña adelante…las nubes se apiadan…regresa el sol entre las curvas húmedas
en el descenso de la Pedriza…concluimos esta ruta circular…llegamos hasta el
punto de partida.
Javier Agra.
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