El tiempo es
otra agua.
Hemos llegado
hasta las Cascadas del Manzanares, tal vez sea un sueño de otro mayor caudal y
aquí solamente pueda hablar de los Chorros del Manzanares que bajan con sonido
libre, rápidos como los rostros cada mañana en el transporte público camino del
trabajo; el agua pierde su identidad a cada instante para dejar su lugar a
nueva agua que salta y desaparece en música, en rumor, en silencio…
Cascadas
del Manzanares, avanzado el invierno.
Llegar hasta
aquí es fácil.
Quedó el coche
en el tercer aparcamiento de Canto Cochino; río Manzanares adelante va el camino
muy amplio hasta que en una cerrada curva salen los montañeros por la vereda
del río para atajar un trecho, bajo nosotros la pequeña Charca Verde sueña que
es laguna inmensa de remansadas aguas. Hasta el Puente de los Franceses, el
paseo es sosiego en esta mañana de invierno con suave luz de amanecer.
Peldaños de
piedra para entrar entre los pinos.
Es necesario
comenzar a usar las botas, el bastón y el trabajo para adentrarse en el pinar
con la música de agua a nuestra derecha y subir con paso quedo entre los altivos
árboles; muy pronto cruzaremos el puente de madera sobre el jolgorio del
Manzanares que dejamos ahora a nuestra izquierda; subimos queriendo echar una
carrera al agua, pero el agua baja y se despide de nosotros con rumor de peñascos.
Cerca del
Puente de Los Manchegos con el Cerro de las Barreras al fondo.
Dejamos los
Chorros y comienza la nieve.
Aquí fueron
senderos donde ahora cubre la nevada; los montañeros hunden los pies hasta el
zancarrón en una de cada tres pisadas, estamos entre otro modo de ser agua; el
tiempo se detiene en la nevada, los siglos son reposo y palabra; bajo la nieve
asoman ramas de urces, asoman ramas de nuevos pinos, asoma la primavera que
grita desde la entraña de la tierra, que canta en el agua libre del arroyo de
la Mata y de los Chorros que bajan de la Sierra del francés.
A nuestra
izquierda, arriba, el Cerro de las Barreras.
Si fuéramos aves
u ocasionales gotas de agua ya habríamos llegado hasta el Puente de los
Manchegos; pero no podemos embarcar en los sueños de la luz y llegamos hasta el
recodo del puente y seguimos más arriba, hemos recuperado el amplio camino,
hasta el Collado de los Pastores donde la inmensa vista se agiganta y teje
sueños de aire desde la montaña hasta el alma; casi alcanzamos con la mano la
Maliciosa Chica, un poco más alta la Maliciosa y toda la Cuerda Larga.
Agrupados
los montañeros en el Collado de los Pastores estudian el camino de regreso.
Pero regresamos
por otro camino.
En el mar de
nuestra marcha descendemos por la ola del tiempo; dicen que por aquí hubo un
cortafuegos ¡será verdad o será narración de otro tiempo! Bajamos monte abajo
inventado un sendero nuevo entre la nieve y el silencio; a estas alturas, el
Guadarrama se queda mudo con el susurro de algunas pisadas; llegaremos entre
remansos y sueños de alas hasta el recodo de una de las zetas de la Pedriza.
Desde el
Collado de los Pastores, observamos el asombro de la Cuerda Larga.
De este recodo
sale un sendero.
Descendemos por
el monte, unas cuantas cabras permiten nuestro paso entre pinos y entre brezos,
nos miran y sonríen haciendo piruetas al viento; entre escorzos y tropiezos estamos
bajando la Sierra por la Umbría de la Garganta; y cuando parece a la mayoría
que el aparcamiento está cerca, dejamos el plácido sendero para acortar entre
los pinos. Hemos acertado de pleno con el aparcamiento.
Javier Agra.
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