Misterios y rincones juegan al escondite en la
Pedriza.
Un agateador común revolotea entre las zarzas de la
pradera donde aparcamos entre el sol y el brillo de las piedras. El Canto del
Berrueco está llorando ausencias pues se siente prisionero amurallado en propiedad
privada. Emprendemos el camino con la ópera musical del Arroyo de Santillana a
nuestro lado.
Entrada de la mina abandonada de La Gran Cantera.
Los puñales de la historia se han clavado en las
entrañas de la sierra. Hoy no sabré cantar su llanto, hoy me sentaré ante la
inmensa grieta de la Gran Cantera de granito para recordar con los sauces que
ahora crecen los cuchillos que segaron vidas, la sangre derramada de la
naturaleza, de las personas, de los risueños animales… ¡Mira al futuro! Me
comenta una gineta que hace un buen rato se ha sentado a mi lado para intentar
dar color a mis duelos. ¡Mira al futuro!
Los montañeros nos adentramos por los suaves ribazos
del Hueco de Coberteros entre el trino suave de algún escondido petirrojo. El
sendero sube monte arriba buscando el Collado de la Dehesilla, sortea brillantes
pinos, cantuesos sedosos salpicados en diminutas praderas, punzantes enebros de
jóvenes acículas, desnudos robles de añosa corteza con pequeñísimas luces
verdes de esta nueva primavera. Las rocas de la Pedriza, impertérritas ante el vendaval del invierno
que se ha ido, inmóviles en esta mañana de sol, se acurrucan en gavillas o
explosionan en mística soledad para dar la bienvenida al grupo de montañeros
que llega al Collado de la Dehesilla con respiración de fatiga y sonrisa de
sosiego.
La encrucijada del sendero que continúa hacia el Yelmo. Ese hermoso mar pétreo se llama Canto del Berrueco -el mismo nombre que la emblemática piedra desde donde iniciamos la marcha allá abajo-
Cien metros más arriba llegamos a la encrucijada del
sendero que sigue hacia el Yelmo y es más frecuentado; y el más escondido que
nos acerca hasta la formación de La Cara y Las Cuatro Damas. La Pedriza tiene
misterios sonoros, es un concierto de violines de Brahms que palpita cercanías
táctiles y alejados sueños; es una flor de primavera que destella luces en la
corola y es bullicio de vida y alimento en las anteras.
Llegamos a la planicie donde sonríen Las Cuatro Damas
y La Cara. El conjunto de piedras y sosiego lleva siglos contemplando las
llanuras de Madrid y más lejos las esperanzas de paz para la tierra toda.
Las Cuatro Damas, fisuras de piedra y volátil tisú al
viento, se agrupan en esta breve meseta de éxtasis y seducción; llaman al
reposo antes de continuar sendero; los montañeros contemplamos pliegues de luz
y sosiego, nos sentamos en silencio a comer un bocado; entre asustado y curioso
asoma y se esconde presto un lirón careto, menos precavido vuela airoso un
herrerillo haciendo hilvanes y juegos con el pausado buitre.
Una vista más cercana de Las Cuatro Damas y La Cara. La piedra de la derecha semeja tal mente un rostro humano.
Volvemos por la loma de Las Peñas Sordas y el Jaralón,
para un asiduo paseante por la Pedriza seguirán apareciendo cada jornada
escondidos y nuevos senderos; no importa adentrarse otra vez más en este
laberinto que es toda la Pedriza porque también hoy salgo con el alma dando
saltos como joven comadreja. Más abajo nos esperan las abejas que ignoran nuestro
paso pues atienden a engalanar sus colmenas; y otra vez el amplio sendero que
nos llevará hasta el coche entre la conversación y el silencio.
Javier Agra.
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