Cascadas.
En las cercanías de Madrid se pueden visitar unas cuantas cascadas, caídas formidables o al menos curiosas de agua, saltos importantes en el devenir de los arroyos…diferentes nombres para una belleza de agua saltarina y musical. Jose había seleccionado once de estas cascadas.
En las cercanías de Madrid se pueden visitar unas cuantas cascadas, caídas formidables o al menos curiosas de agua, saltos importantes en el devenir de los arroyos…diferentes nombres para una belleza de agua saltarina y musical. Jose había seleccionado once de estas cascadas.
Para visitar la última que nos queda, la
Cascada del Arroyo del Hornillo, madrugamos porque es necesario acceder a Santa
María de la Alameda y aparcar en el Puente de la Aceña. Llegar aquí resultó una
aventura…Quisimos recorrer en coche desde el Alto del León y respirar la
vegetación del Collado de la Mina, el Hornillo y Valle de Pinares Llanos antes
de entrar en Peguerinos y continuar. Ese fue el trayecto…no contábamos con el
muy mal estado del tramo entre el Puerto del León y el Collado del Hornillo.
San Benito en primer término. Al fondo La Almenara. Algunas de las vistas
fotografiadas desde la cumbre del Barranco de la Cabeza.
Nos dio tiempo a recrear la vista, respirar…y
asustarnos en más de una ocasión por la supervivencia del coche. Pero como en
esta vida todas las cosas o las más de ellas llegan a su término, también
nosotros pudimos calzar las botas y comenzar el camino entre el sosiego y la
soledad de la mañana, desde el Puente de la Aceña, como tengo dicho.
Dentro de unas horas vendrán unas cuantas
personas a pasar la jornada a este preparado lugar que nos acerca sin esfuerzo hasta
la Chorrera Baja. El agua está dormida entre el tobogán de piedra y las nuevas
hojas de esta retoñada primavera; el sol explota vida en el pinar y las aves se
acercan en grupos hasta el arroyo.
Chorrera Baja del Hornillo. El agua es
paz y armonía.
Arroyo arriba, todo el monte es nuestro y
nosotros somos del monte. Apenas unas sebes que antaño delimitaron propiedades entre
prados y zarzas, parecen oponerse a nuestra libertad; el arroyo está de nuestra
parte y nos habla de sueños de retamas y cumbres. Llegar hasta la Chorrera Alta comienza a
tener mérito montañero. Más adelante encontramos una pista con la que vamos a
convivir las próximas horas: ora seguimos su traza, ora la dejamos para
adelantar por atajos hacia la cumbre.
Chorrera Alta del Arroyo del Hornillo. Hasta aquí llegamos entre chapoteos de agua. Continuamos por la ladera arriba, hasta perdernos por la derecha de la fotografía.
Los pinos susurran versos de antiguos poetas pastores
en las sierras de esta parte del Guadarrama; camino adelante, callan los pinos
ante el silencioso aleteo de las retamas; los montañeros atisban la cima del Barranco
de la Cabeza, se olvidan nuevamente de la pista, se deciden por las trochas que
ofrecen las crecidas retamas; los montañeros entran de nuevo al pinar, aumentan
las rocas, la brisa entona sonatas (de primavera, claro) para guiar a los
montañeros.
Estamos en la cima del Cerro de la
Cabeza o Barranco de la Cabeza. Pensamos que esa alambrada que por aquí cruza tendrá el objetivo de impedir el paso de los animales hacia el inminente precipicio por el que podrían despeñarse barranco abajo.
Estamos en la cima. El barranco es una caída
plana hacia el Escorial y hacia las llanuras de Madrid. Desde aquí, saludamos a
Las Machotas, La Almenara, Gredos… El Alto Guadarrama asoma más allá del Pico
de Abantos, que parece poderoso desde esta cumbre que hoy pisamos por primera
vez. A esta hora de la jornada, acaso también por el calor de la marcha, los
montañeros se agazapan a una sombra para conversar mientras comen un puñado de
frutos secos.
El Barranco de la Cabeza cae a plomo hacia el Monasterio de El Escorial y las llanuras de Madrid.
Volvemos por la Cuerda del Ortigal, una
sosegada meseta entre el sol y la suavidad de la brisa. Llegados a un redil,
hoy sin ovejas, ni pastor, ni perros, solitario en sus meditaciones de siglos
de piedra y de actualizada construcción… la montaña nos indica una senda que pronto
se perderá… los montañeros ya están bajando “según la intuición montañera”
entre el pinar y las rocas… abajo está el arroyo y llegarán.
Hemos aprendido a prestar atención al valor
que tiene cada cosa. Nuestra cumbre de hoy no es de las más altas, pero ha
concluido su desarrollo, ha hecho lo que tenía que hacer y no tiene envidia de
ninguna de las cumbres que ha visto o de las que ha oído hablar; no tiene
envidia y es feliz… la envidia es un vicio (el único vicio dice Mario Benedetti)
que se alimenta de virtudes y aún vive gracias a ellas pues llora y sufre por querer
imitarlas.
Llegaron los montañeros. El regreso fue por la carretera del
Puerto de la Cruz Verde y el Escorial, más rápido y con menos tensión para el
coche.
Javier Agra.
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