viernes, 1 de mayo de 2015

CASCADA DEL HORNILLO Y BARRANCO DE LA CABEZA



Cascadas. 
En las cercanías de Madrid se pueden visitar unas cuantas cascadas, caídas formidables o al menos curiosas de agua, saltos importantes en el devenir de los arroyos…diferentes nombres para una belleza de agua saltarina y musical. Jose había seleccionado once de estas cascadas.

Para visitar la última que nos queda, la Cascada del Arroyo del Hornillo, madrugamos porque es necesario acceder a Santa María de la Alameda y aparcar en el Puente de la Aceña. Llegar aquí resultó una aventura…Quisimos recorrer en coche desde el Alto del León y respirar la vegetación del Collado de la Mina, el Hornillo y Valle de Pinares Llanos antes de entrar en Peguerinos y continuar. Ese fue el trayecto…no contábamos con el muy mal estado del tramo entre el Puerto del León y el Collado del Hornillo.

San Benito en primer término.  Al fondo La Almenara. Algunas de las vistas fotografiadas desde la cumbre del Barranco de la Cabeza.

Nos dio tiempo a recrear la vista, respirar…y asustarnos en más de una ocasión por la supervivencia del coche. Pero como en esta vida todas las cosas o las más de ellas llegan a su término, también nosotros pudimos calzar las botas y comenzar el camino entre el sosiego y la soledad de la mañana, desde el Puente de la Aceña, como tengo dicho.

Dentro de unas horas vendrán unas cuantas personas a pasar la jornada a este preparado lugar que nos acerca sin esfuerzo hasta la Chorrera Baja. El agua está dormida entre el tobogán de piedra y las nuevas hojas de esta retoñada primavera; el sol explota vida en el pinar y las aves se acercan en grupos hasta el arroyo.

Chorrera Baja del Hornillo. El agua es paz y armonía.  

Arroyo arriba, todo el monte es nuestro y nosotros somos del monte. Apenas unas sebes que antaño delimitaron propiedades entre prados y zarzas, parecen oponerse a nuestra libertad; el arroyo está de nuestra parte y nos habla de sueños de retamas y cumbres. Llegar hasta la Chorrera Alta comienza a tener mérito montañero. Más adelante encontramos una pista con la que vamos a convivir las próximas horas: ora seguimos su traza, ora la dejamos para adelantar por atajos hacia la cumbre.


 Chorrera Alta del Arroyo del Hornillo. Hasta aquí llegamos entre chapoteos de agua. Continuamos por la ladera arriba, hasta perdernos por la derecha de la fotografía.

Los pinos susurran versos de antiguos poetas pastores en las sierras de esta parte del Guadarrama; camino adelante, callan los pinos ante el silencioso aleteo de las retamas; los montañeros atisban la cima del Barranco de la Cabeza, se olvidan nuevamente de la pista, se deciden por las trochas que ofrecen las crecidas retamas; los montañeros entran de nuevo al pinar, aumentan las rocas, la brisa entona sonatas (de primavera, claro) para guiar a los montañeros.

Estamos en la cima del Cerro de la Cabeza o Barranco de la Cabeza. Pensamos que esa alambrada que por aquí cruza tendrá el objetivo de impedir el paso de los animales hacia el inminente precipicio por el que podrían despeñarse barranco abajo.

Estamos en la cima. El barranco es una caída plana hacia el Escorial y hacia las llanuras de Madrid. Desde aquí, saludamos a Las Machotas, La Almenara, Gredos… El Alto Guadarrama asoma más allá del Pico de Abantos, que parece poderoso desde esta cumbre que hoy pisamos por primera vez. A esta hora de la jornada, acaso también por el calor de la marcha, los montañeros se agazapan a una sombra para conversar mientras comen un puñado de frutos secos.

El Barranco de la Cabeza cae a plomo hacia el Monasterio de El Escorial y las llanuras de Madrid.

Volvemos por la Cuerda del Ortigal, una sosegada meseta entre el sol y la suavidad de la brisa. Llegados a un redil, hoy sin ovejas, ni pastor, ni perros, solitario en sus meditaciones de siglos de piedra y de actualizada construcción… la montaña nos indica una senda que pronto se perderá… los montañeros ya están bajando “según la intuición montañera” entre el pinar y las rocas… abajo está el arroyo y llegarán.

Hemos aprendido a prestar atención al valor que tiene cada cosa. Nuestra cumbre de hoy no es de las más altas, pero ha concluido su desarrollo, ha hecho lo que tenía que hacer y no tiene envidia de ninguna de las cumbres que ha visto o de las que ha oído hablar; no tiene envidia y es feliz… la envidia es un vicio (el único vicio dice Mario Benedetti) que se alimenta de virtudes y aún vive gracias a ellas pues llora y sufre por querer imitarlas.

Llegaron los montañeros. El regreso fue por la carretera del Puerto de la Cruz Verde y el Escorial, más rápido y con menos tensión para el coche.

Javier Agra.   

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