Son necesarios
los crampones. La nieve está aún firme en la ladera norte de la Sierra. La
nieve brilla destellos de esperada fraternidad solidaria y extiende su luz más
allá de las pupilas, más allá de los amaneceres de la primavera; la solidaridad
del brillo de la naturaleza regará de paz los días aún no inventados, pero será
un mañana de luz para toda la naturaleza y para todas las personas.
Cabezas de
Hierro desde el aparcamiento de Cotos.
Entre pinos y
luz amanecida, los montañeros caminamos unos pasos por el sendero que va hacia
el Refugio del Pingarrón, para bajar por la ladera que desciende entre el
chapoteo del deshielo hasta el puente de madera que cruza el Arroyo de
Guarramillas, muy cerca ya del Angostura; estos primeros momentos los hacemos
entre cantos de agua y arroyos, ahora estamos ya en la musicalidad de las
Cerradillas.
Van los
montañeros entre saludos y magia atravesando los cuatro arroyos cada vez con
más nieve. Nos hemos detenido unos instantes a la vera del camino para contemplar
el “pino que llora”. Lleva muchos años inmóvil en esta risueña Sierra del
Guadarrama; reclama, desde su silencioso llanto, una atención a la tierra, a la
humanidad, al futuro…
Circo de las
Cerradillas arriba, los crampones son imprescindibles. A nuestra izquierda
quedan los Pulmones de Hierro Mayor, estamos ascendiendo una pendiente de
esfuerzo y lumbre de nieve. Callan los montañeros, las chovas vuelan en
conversación con la libertad del aire, el águila calzada busca compañía a su
contumaz soledad en nuestra lenta subida, alguna lagartija salta entre las
peñas que despuntan sobre la nieve y espera localizar el punto donde se posa el
rayo de sol más caliente.
Los crampones
cosen nuestros pasos a la nieve suave bajo el sol de primavera. A nuestra
izquierda, sublime y enhiesto, Hierro con su doble cerviz que mira al cielo;
los montañeros ponen los ojos en la cima y suben más allá entre el vuelo de los
buitres y el silencioso azul para mirar sin ver hacia las tierras lejanas,
hacia más allá de los inmensos mares; los montañeros, que están llegando a las
lomas de división de aguas y de valles, miran hacia la inmensidad porque desde
las cumbres el corazón salta siempre más allá de cualquier límite, hasta la
fraternidad universal.
Estamos de
regreso. Arriba quedó La Cuerda Larga con el Pico Valdemartín.
Regresamos por
el Collado de Valdemartín, comenzamos a subir hacia su cumbre y nos desviamos
montaña abajo buscando de nuevo el Arroyo de las Guarramillas entre el sosiego
y la lentitud. La más pequeña de las montañas es más gigante que el más aguerrido
de los montañeros; cualquier montaña conversa al corazón y sabe hablar de la sencillez
y de la inmensidad de la vida, de lo inmediato y de lo eterno del tiempo.
Entramos en el
aparcamiento de Cotos con el bullicio de personas desde el silencio musical del
corazón envuelto en montaña, henchido en nieve, fatiga y paz.
Javier Agra.
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