Durante los
varios años que llevo recorriendo la Sierra de Guadarrama, descubro cada
jornada algún rincón de belleza recóndita que pone jardines floridos en mi
camino diario.
Con las primeras
sonrisas de la aurora, iniciamos el camino desde La Barranca que tiene espejos
de cumbres en sus dos embalses. Entre sombras y asombro renovado, aunque
hayamos pasado por este lugar muchas veces, superamos el área recreativa y
llegamos a la Fuente de Mingo; aquí siempre conviene esbozar una sonrisa
agradecida en recuerdo del trabajo y desvelos de los pioneros de la sierra.
Poco más allá, siguiendo la vereda del arroyo, encontramos la popular Fuente de
la Campanilla. Hasta aquí un hermoso paseo para quienes inician a los niños en
esta relajante tarea de pasear montañas.
En la
Fuente de la Campanilla.
Hacia la
derecha, entre los pinos, sube una senda local; pendiente arriba los montañeros
siguen las señales sin salirse del sendero por conciencia ecológica, las
señales son muy claras; nos depositan en una llanada de la Cuerda de Las
Buitreras. Tal vez no sabemos la causa de nuestras paradas en las marchas, pero
seguramente es más por admirar la belleza que por tomar resuello. Sobre estas
cumbres, el cielo es suave caricia para estas manazas de roca que forman la
sucesión de peñascos y cimas.
Una primera
muralla de granito nos hace señas, desde las señales pintadas, para que sigamos
subiendo hacia la ventana. Monte arriba, entre las cabras y el tomillo, el
espíritu se llena de calma y canciones de pájaros relajados entre las retamas.
La ascensión es ligera pero las vistas piden calma.
Subimos
una suave pared de granito, siguiendo las señales blancas y verdes de la senda
local.
Palpitan aroma
el espliego y el tomillo, palpitan vida los mirlos, palpitan libertad los corzos
veloces, palpitan aroma, vida, libertad los corazones montañeros unidos a la vida
vegetal, a las cálidas rocas, a los animales que saltan, vuelan, nadan y reptan.
Es ligera la subida, empleamos tiempo en la admirada contemplación de la vida
que se presenta diversa y vibrante.
Hemos llegado a la sorprendente formación de esta ventana de granito.
Desde la Ventana
hacia nuestra izquierda, continúan unos visibles hitos montaña arriba con un
desnivel más acusado. El sendero avanza sin más problema que las fuerzas que
tengamos; un trago de agua; una pausa para darnos ánimo unos a otros; un mismo
palpitar con la naturaleza; las vistas hacia la Cuerda son bellísimas entre
puntiagudas aristas, hacia el horizonte pone en nuestro corazón valles,
cumbres, embalses, pueblos, pinares… siempre vistas de inmensa belleza, solemnes,
diáfanas, sin fronteras…
El altímetro dice
que el collado al que hemos llegado mide mil novecientos cincuenta metros. Ante
nosotros tenemos la vista de la Bola del Mundo, del Collado del Piornal y el
Regajo del Pez que vuelve a la Fuente de La Campanilla. Nos sentamos. Comemos
la fruta y la barra de cereales. Otra buena porción de agua y para abajo.
Bajamos
por una fuerte pendiente entre piornos y pedregales hasta encontrar el sendero
que une el Collado del Piornal y la Fuente de la Campanilla.
Para abajo entre
roquedos y piornos, sin senda marcada; para abajo entre la fantasía y el
descubrimiento, aún no se han marcado veredas; para abajo entre la búsqueda y
el acierto, en el futuro tal vez por aquí baje una trocha; para abajo por esta
fuerte pendiente hasta escuchar el cercano sonido del agua del Regajo del Pez y
encontrar el sendero que llevará nuestra singladura en breves instantes hasta
la Fuente de la Campanilla donde cerramos el círculo, bebemos un sorbo y sonreímos
a la vida.
Javier Agra.
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