Aún estaba la aurora
buscando su acomodo sobre las montañas y ya habíamos salido los montañeros del
aparcamiento de Majavilán en las Dehesas de Cercedilla. Era silencio en el
valle y viento en las cimas cercanas, era dulce música de arpas y fogosa
orquesta de trompetas.
Así entramos al camino
viejo de Segovia, recorrido tantas veces que pongo más cuidado en cada pisada
para que no se repita el mismo camino cada jornada, para que sea nuevo el mismo
pinar, para conversar en paz con los helechos, para que los dos puentes de madera me sorprendan cada
vez que los descubro.
La Senda de Cospes entre la finísima nieve y la cencellada.
Finísimos copos de
nieve sobre la cabeza libre del montañero. No necesitamos cubrir el cuerpo de
este frío de invierno, caminamos entre los pinos con el sosiego musical de las
notas que se han posado en las púas y las ramas entre el invisible baile
constante de la nieve y la cencellada de esta madrugada.
El cielo nos regala
sonrisas blancas para aliviar los senderos y acunar las pisadas de la vida; el
montañero sueña sosiego en cada corazón mientras suenan las voces melodiosas de
la brisa fresca de la mañana en juegos de escondite por los senderos
misteriosos de Guadarrama.
El montañero se detiene
a poner los crampones para superar unos metros de sendero helado. Más arriba, la
música truena solemne para asustar al montañero, pero aquí están los árboles, las
aves, los piornos y las retamas que son arpas musicales y acallan con sus
caricias la gélida mañana de enero.
En Collado Ventoso suena la música entre la furiosa trompetería y el sosiego del arpa.
Late el corazón con
pausado ritmo.
Silencio.
Un ave conversa con mi
sosiego.
Así llegamos a la
Fuente de la Fuenfría y al Collado Ventoso después de caminar por la Senda de los
Cospes, donde suenan con furia las musicales trompetas del viento. Después la
bajada es cuerda vibrante de arpas y respiración pausada hasta llegar a la
Fuente Antón Ruiz de Velasco, lugar elegido esta mañana para una pausa y unas
viandas. El descenso es música de arpas hasta el aparcamiento de Majavilán.
Javier Agra.
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