El puerto que hoy
queremos visitar es de discutido nombre. Unos le dicen Malagosto acaso por las
altas temperaturas que tenga que soportar el malhadado viajero que se aventura
por sus cimas en el mes de agosto y aún cualquier caluroso día; llaman otros
Malangosto, así está reflejado en literatura del Medievo y tal dicen los
segovianos en su mayoría. Lo citaré pues como Puerto de Malangosto pues lo
subimos desde su vertiente segoviana atendiendo a la mayor comodidad del camino
y a la literatura que queríamos rememorar.
Unos metros antes del
kilómetro ciento setenta y siete de la carretera nacional ciento diez que une
Segovia y Soria, sale una clarísima y amplia pista que llaman Cañada de
Vallejos o Camino del Cerro del Molino en busca de las cumbres y del río Pirón.
Tal vez cinco kilómetros más arriba y tras superar las ruinas de lo que fue el
Rancho Alfaro con pinta de haber sido un próspero lugar de esquileo y otras
laboras ovinas, superado también el Molino del Romo, llega la pista a una bifurcación
con su ramal del diestro lado férreamente custodiado por una cancela. Aquí
dejamos el coche.
Hemos de pasar por
esta puerta de metal para comenzar la subida al Puerto de Malangosto.
Esta portalada de metal
ni es siniestra ni opone resistencia a nuestro paso. De modo que la abrimos con
cuidado y con el mismo cariño la cerramos en igual tesitura que encontramos.
Hasta el Puerto tenemos una prolongada caminata sin riesgo de pérdida ni de
encontrarnos con facinerosos de leyendas ni con doncellas huidas de sus
captores. Nuestra jornada presagia más un
buen mayo que un mal agosto.
Superados los prados de
Mangalucho y las Porquerizas entre espinos, piornos y verdor de mil especies
nos adentramos en las cuestas de Mataburros, acompañados siempre de la dulzura
tenue de las avecillas, de la melancolía sosegada de abundosa agua que se
extiende en breves canalillos del camino o en musicales torrenteras ocasionadas
por las múltiples lluvias de esta primavera. La cuesta de Mataburros se
prolonga hasta el Collado entre el camino soleado y la oscuridad que llega del
tupido pinar que con frecuencia alarga sus ramas para que nuestra ascensión sea
más ligera y sombreada.
En el Collado confluyen
diferentes caminos para continuar unificados hasta el Puerto.
Mientras seguimos monte
arriba, me cuenta Jose que desde los pueblos de Madrid es más difícil subir a
este Puerto de Malangosto pues se han perdido los senderos; me cuenta también que
antaño el Molino del Romo tenía siete caños que salían de la Cacera de San
Miguel para llevar agua a los siete pueblos que habían llegado a un amigable
entendimiento de reparto de las aguas que allí se almacenaban recogidas de los
diferentes arroyos y regueros. Yo camino absorto y agradecido a las
explicaciones que Jose me hace de estos datos y de otros muchos que en mis
textos aparecen.
Chozo de la Chata de Malangosto, serrana con la que el Arcipreste de Hita tuvo un encuentro.
Cercanos ya al Puerto,
la nieve pinta pinceladas brillantes de sol y vegetación. Vamos recitando los
versos del Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor que dicen desta guisa:
Pasando yo una mañana
El puerto de Malangosto
Asaltóme una serrana
Tan pronto asomé mi rostro…
Sería
la casualidad o tal vez la ficción literaria cuando al girar el camino un
recodo a su izquierda topamos con el Chozo de la Chata y su fuente bien surtida
de clarísima y fresca agua. Sin necesidad de otras ofrendas ni peleas con la
serrana moza, nos acercamos a su puerta y contemplar su bien cuidado lugar… (Dilatada
está siendo la narración, de modo que aquí firmo y cierro hasta el siguiente relato
que deseo sea en breve tiempo).
Javier
Agra.
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