Entre el asombro y la
pendiente descubrimos el Chozo de La Chata, lugar donde esta serrana cobraba su
portazgo como guía de montaña y almacén de alimentos y otros beneficios que fueran
necesarios, según narra el Arcipreste en el Libro de Buen Amor.
El Chozo de la Chata
está muy bien reconstruido en su exterior. Su interior es un bonito refugio
donde muy bien se pueden tender hasta media docena de sacos de dormir.
Nace aquí el río
Cambrones en la fuente que permanece alimentada todo el año. El pequeño valle
está estos días de mayo rebosante de agua y verdor. Los montañeros hacemos un
alto, entramos en el chozo y como no encontramos a nadie que auxilie nuestra
fatiga damos cuenta de una porción del acuoso líquido de la cantimplora y de
una barra energética para continuar el camino.
Fortalecidos por tan
preciosos alimentos caminamos los pocos metros que nos separan de la portillera
donde se juntan Madrid y Segovia por estas alturas. Un amplio mojón saluda a
los viajeros entre el sol y la brisa tenue de este lugar abierto y soñador. No
encontramos ninguna angostura. Diríase más bien que es un amplio collado con
solazadas vistas.
Un amplio mojón aúna
diversas provincias y diferentes montañas; su escritura es modernidad sobre la
base de piedra antigua. Esta litografía reúne el espíritu antiguo y la
modernidad actualizada para cada montañero que aquí se acerca. Las montañas respiran
sosiego de todos los tiempos, miran con las pupilas de los siglos pasados y los
venideros, saludan desde el silencio porque emplean el lenguaje de la libertad palabras
que palpitan versos.
Cuarenta metros más
arriba, las Peñas Crecientes son lugar de reunión y romería, de bullicio y de
encuentro. Pero hoy los montañeros solamente escuchamos el canto del cuco
escondido entre los matorrales y el silencio de las lavanderas, confiadas aves
de mirar inquieto. Sentados en las rocas conversamos con la amplitud de las
montañas, con la libertad de los senderos, con la paz del silencio.
Se alarga la vista
hacia Peñalara y la Cuerda Larga.
Nuestro afán nos empuja
a emprender derroteros nuevos. Por eso, para regresar nos lanzamos montaña
abajo siguiendo el sonido del agua y el rumor del viento. Junto al arroyo del
Pastizal caminamos inventando senderos entre los pozos temporales de este
surtido cauce que forma un angosto valle
con su vegetación entre las silvestres plantas y los pinos reforestados hace
algunas décadas.
Llegamos a una pista donde
se amplía otro nuevo valle abajo por donde canta el río Pirón que exhibe violines
y trompetas estas jornadas de agua y deshielo. Desde ahora solamente será
caminar, contar pinares y curvas, pensar con la naturaleza y con la naturaleza
respirar. El embalse del Pirón nos recuerda que estamos cerca del final de
nuestro paseo.
Parece un animal
desbocado el río Pirón esta tarde de mayo.
Sobre el puente de la
fotografía anterior cruzamos el río antes de llegar al embalse; más adelante lo
cruzaremos de nuevo y ya encontramos los primeros coches; poco más allá
llegamos a la cancela donde habíamos iniciado nuestra marcha hace seis horas;
llegamos a felice término después de una ruta circular preparada con acierto e
inventada en algún momento.
Aquí despedimos al
Puerto de Malangosto y su romería del primer domingo de agosto donde diversos
pueblos y multitud de personas comparten paella y sandía, comparten vivencias y
cantares, comparten ilusiones y vida. Aquí dejamos al Arcipreste, aquí
despedimos a la Chata de Malangosto, aquí quedan soñadas aventuras literarias
que cobran vida entre la fantasía y lo
real con cada lectura.
Javier Agra.
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