Agosto toca las
trompetas de sus últimas horas.
Vista del parque del
barrio de Madrid donde he pasado largas horas.
El tiempo de verano es
un caballo que trota sus últimos girones entre peñascos y arroyos de nombres y
recuerdos en este atardecer dorado de calles viejas paseadas como si fuera la
primera pisada que sobre ellas imprimo. Madrid vuelve a ser respiración en mis
pulmones y en las pupilas de mis recuerdos. Las adelfas por las que paseé a
diario vuelvan a tener distintas flores y hasta sus tallos tienen nombre nuevo
que necesito recordar para saber que el asfalto de la ciudad y la luz de la
tarde continúa llevando el antiguo aroma de la ciudad que acuna mis pasos desde
hace casi cuatro décadas.
En el Puerto de Santa
María en Cádiz visité la fundación Rafael Alberti entre la emoción y el
respeto. Fue durante unas jornadas literarias a caballo entre julio y agosto.
Estos meses he
disfrutado de la vida de un pequeño pueblo zamorano al que llevo yendo muy
pocos días alguna vez cada cierto tiempo. Este año, Moveros, ha sido para mí,
sereno cobijo donde el sosiego se ha mezclado con mi espíritu para aprender
sobre la paz, para gozar el perfume del silencio entre la brisa vegetal de la
tierra, para unirme a las entrañas mismas de la sencillez.
Sentado en el parque
del Parador de Benavente donde fuimos para asistir a la Feria del Libro durante
un fin de semana de agosto.
Desde este bellísimo
lugar, frontera con Portugal, realicé diversas rutas por montañas portuguesas,
por rutas y miradores del Duero, por caminos solitarios de la nación vecina que
acaso no figuran en las rutas del turismo; en mis madrugadores y largos paseos
he reforzado mi convicción de que la naturaleza es sobrecogedora y
misteriosamente viva en cada rincón; acá cantan los grillos; allí asoma una lívida
flor que perfuma el silencioso paseo; más allá un revuelo de codornices suena a
libertad.
Aquí muestro uno de los
viejos molinos de Moveros que aún conserva parte de su vieja herramienta.
Pero sobre todo he tenido
ocasión de disfrutar largos días de la bucólica experiencia de ser labrador sin
necesidad de recoger los frutos de la tierra, ni urgencia vital de vivir de las
entrañas de la tierra. Mas la vida entre las zarzas, las altísimas hierbas que
segaba con la hoz en el sosiego del amanecer, la monotonía de construir surcos
con una azada, el rastrillo y la horca que me acompañaban antes de que llegara
la señal de la naturaleza para abandonar mis tareas de agricultor (tal señal
era el sol quemando mi espalda) dejaron mi espíritu ensanchado y cosido a la
naturaleza entera.
Dejo una fotografía de
mis compañeras las zapatillas, con las que compartí relajadas y sudorosas horas
de sosegada labor entre zarzas y rastrojos; junto a ellas la hoz inevitable
para arrancar tanta maleza de la tierra y tanta maldad de los corazones y la horca
que me acompañó también a discernir entre lo válido y lo superfluo. A las
zapatillas les hice una ceremonia de agradecimiento, antes de enterrarlas al
terminar la temporada; a las otras herramientas las deposité con ternura en el
corral.
Ánimo siempre. El
futuro necesita esfuerzo, sosiego, creación, libertad, PAZ.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario