Los montañeros han
llegado al pequeño huerto mirador de la Silla del Diablo. Allá abajo están los
vallejos que cruzan los Arroyos Cuchillar, Peñaliendre y Peña Herrera. Los
montañeros los han visto muy de cerca en otras ocasiones, hoy bajarán junto a uno
de sus cauces. Desde esta cumbre miro hacia abajo y me parece que soy magnífico
en altura y proporción superior a gran parte de la naturaleza.
Pero qué es la
magnificencia, qué es la altura y la libertad. Palabras feraces unas veces, vacuas
otras; sentimientos que el corazón entiende y llena de lágrimas en unos
momentos, que grita gozoso en otras ocasiones. Las palpitaciones del corazón
necesitan la fuente de la naturaleza para entender de libertad y de paz, los
latidos de la sangre tienen que estar engendrados de piedra y de tierra, de
viento y de tormentas para cantar a la paz.
Cercanas montañas cuyos
nombres he puesto en mis labios, montañas que he adherido a mis pisadas superan
ahora mismo mi altura; y más allá de mis ojos otras cumbres también han sido
magníficas en otras ocasiones, sus ríos han refrescados mis pies cansados, sus
marmotas y muflones han transformado las heridas de la vida en risas llenas de
sosiego. La naturaleza susurra el inmenso valor de las personas desde la
pequeñez.
Sobre la Peña del
Diablo, primer plano del montañero en conversación con el rostro humano de la Silla
del Diablo. La naturaleza, la nieve y la vida envuelven la tierra con
respiración de paz.
En la Silla del Diablo
encuentro una gota del océano infinito de la brisa serena que envuelve cada
poro de la naturaleza entera que respira uniforme en cada hálito de humanidad.
Javier Agra.
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