El conjunto
formado por la Silla y la Peña del Diablo forman un acogedor y recóndito
mirador.
La naturaleza entera es
maravillosa y está llena de hermosos rincones. Esa es la realidad también de la
Sierra de Hoyo de Manzanares que permite variadas búsquedas y encuentros
gozosos. Llegamos en coche, una vez más, a las inmediaciones del depósito de
agua de Hoyo de Manzanares para iniciar la ruta camino del Mirador del Diablo.
Senderos muy bien
marcados, encinas, jaras entumecidas por este invierno sediento que no arranca,
retamas con la savia escondida en troncos y raíces esperando el calor de la
primavera caminan a nuestro lado mientras superamos, en la distancia, el
conjunto de El Picazo y Peña Alonso, la Peña del Búho, canchales sin nombre que
hacen de este paseo una mañana de magia y libertad.
Nos detenemos ante
el vivac para contemplar el entorno y participar del reparto del oro de vida
que extiende el sol a esta hora sobre la naturaleza entera.
Los senderos nos dejan
en la pradera del Estepar, punto culmen de esta sierra. Lo miramos reverentes y
continuamos la marcha sin perder nunca los caminos bien trazados por las pisadas que menudean estas livianas alturas.
Tal vez algún jabalí estuvo esta noche buscando raíces, abundan regueros de
tierra removida bajo las encinas.
Suave ascensión
hacia la Silla del Diablo.
Hacia la Peña del
Diablo suben muchos senderos, acaso para complicar la tarea de la suave ascensión;
estamos ya a punto de bordearla cuando encontramos la que nos parece más
marcada de todas las veredas. Ciertamente el conjunto de la Silla y la Peña del
Diablo forman un acogedor y recóndito mirador con su pradera que convida al
reposo y a la merienda.
Ante la Silla
del Diablo. Los montañeros saben que pueden superar las dificultades; por más que ante
la dureza de muchas crueles realidades se agosten y terminen secando algunos
troncos, la vida saldrá vencedora.
La Peña del Diablo sí
fue conquistada con alguna dificultad después de varios laberínticos intentos.
Aún entre estas imponentes rocas, la vida se abre paso por las grietas; hierbas
diferentes, cantuesos, tomillos, graciosos ombligos de Venus tejen diminuta
vida que observamos a nuestro paso.
La marcha continuó
sendero adelante hasta encontrar una bajada sosegada hasta la Cascada del Covacho en el Arroyo de Peña Herrera.
Primero fue un lejano arrullo del agua en el fondo del valle; más tarde,
superado el Cerro Lechuza, fue creciendo el rumor y mezclándose con el bullicio
de las personas que había llegado a contemplar esta pequeña y limpia hermosura
de agua. La Cascada del Covacho es una puerta de entrada a la llanura, es un
descansillo en la continua escalera ascendente y descendente de la recogida
sierra de Hoyo de Manzanares.
La Cascada del Covacho
suena a libertad y remanso.
Javier Agra.
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