Raskolnikov pudo obrar
desde la meditación sosegada y acaso entonces hubiera actuado de otro modo,
pero venció en él la febril obsesión por salvar su vida y tal vez la vida de
otros, matando a la vieja usurera Elena Ivanovna. A veces los cálculos nos
salen desajustados, a Raskolnikov se le torcieron sus previsiones y dio muerte
a la vieja usurera y a su hermana Isabel. La angustia se le instaló en el
corazón; la angustia, el malestar, los zumbidos de la sien fueron el único
botín que adquirió de su malaventurado plan.
Raskolnikov
y La Calavera.
En buena parte, se
liberó de esa dolorosa angustia creciente al confesar su crimen a Sonia, como
podemos leer en el capítulo cuatro de la quinta parte del libro Crimen y
Castigo de Dostoiyevski. Y Sonia, que seguramente era la persona que había
sufrido más vejaciones en toda la obra, lo abraza, lo consuela, lo perdona: ¡No
hay en toda la tierra un hombre más desgraciado que tú! Exclama en un arranque
de compasión. Raskolnikov que había vivido entre el miedo y la angustia, se
hace valeroso y afronta su pasado para poder vivir en libertad el futuro.
Por eso, esta tarde me
lo llevé por la Pedriza; juntos nos sentamos junto a la Calavera donde me
confesó que ha descubierto que ni la pobreza ni la riqueza son una desgracia,
que el mal del mundo está en la usura y la rapiña. La vida humana se mueve en
el subsuelo de la tragedia, entre sufrimientos y castigos; necesita el perdón y
la compasión para surgir a la luminosa superficie del sol y del aire limpio.
Aquellas
rocas se llaman El Pájaro y El Platillo Volante
Caminamos más,
reposamos nuevamente a la vista del Pájaro y del Platillo Volante mientras me
aseguraba que su existencia había sido una vida fingida, un engranaje de
engaños hacia sí mismo que habían crecido como la bola que arrastra un escarabajo
pelotero hasta que él mismo se encontró podrido en medio de la podredumbre
general. Fue el amor, fue Sonia quien le descubrió el perdón y la posibilidad
de comenzar siempre, vengas de donde vinieres.
Me descubrió que
nuestra vida es una lucha constante entre el odio, la venganza y el orgullo,
frente a la entrega, la abnegación, la pelea. Así llegamos hasta el Jardín del
Pájaro desde donde divisamos Las Arañas Negras a través del hueco que en la
fotografía os muestro. Regresamos porque era la hora, porque todas las
situaciones, los días, los años, las vidas llegan a su final.
Invisibles,
Raskolnikov y yo, paseamos por el Jardín del Pájaro; al fondo se ve la roca que
llamamos Las Arañas Negras.
Yo pienso que el amor
que es perdón y compasión, entre Sonia y Raskolnikov supera el libro de Crimen
y Castigo. No sé qué pensará Dostoyevski sobre este asunto. Otro día se lo
consultaré.
Javier Agra.
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