Siempre es oportuno
saber más y preguntar más.
Era un mediodía lleno
de sol cuando llegué a Benalmádena.
De inmediato me quedé mirando hacia las
cumbres de sus peladas montañas.
Me dijeron que el monte
Calamorro ronda los setecientos ochenta metros de altitud “se puede subir
sin problema, tiene un teleférico”. Pero no es el más alto, el Cerro del Moro y
el Cerro del Castillejo le sobrepasan en casi doscientos metros.
Antes de llegar hasta
su cumbre y aún a su falda me decidí por el mar que estos días de enero se
encuentra sin bañistas. Me remojé antes de comenzar a caminar por su paseo que
se alarga varios kilómetros. Las olas son muy suaves en este mar de Alborán y
suenan a sosiego. Cuando yo era niño imaginaba el mar cubriendo todos los
valles de Acisa y de los otros pueblos de las Arrimadas y aún me parecía que
tendría que ser más grande por el énfasis con que lo describía el maestro. Pero
el mar es más amplio que en mi imaginación.
Durante aquellos mismos años de
mi niñez cuando imaginaba el mar, los muchachos de Benalmádena recorrían las
faldas del Calamorro pues aún no se había edificado la parte inmensa que hoy
ocupa la costa. Seguramente entraron casualmente en la Cueva del Toro antes de
que se diera por descubierta a finales de los años sesenta. Bajarían en grupos
hacia la costa donde sus padres pescaban como medio de subsistencia y
emplearían tiempo en los alrededores de la Torre Bermeja en busca de algún
tesoro escondido por los nazaríes antes de ser conquistados, en aquellos duros
años de peleas y victorias de uno y otro ejército.
La Torre Bermeja
es una edificación defensiva construida en el período musulmán de Benalmádena.
Hoy la Torre Bermeja
guarda la opulencia del Puerto por donde ostentosas embarcaciones buscan
laberínticos embarcaderos y suntuosas edificaciones construidas para provocar
admiración. Junto a la Torre Quebrada y la posterior Torre del Muelle, son tres
emblemas de Benalmádena.
Estos días de enero, el
paseo aquieta el alma y tonifica el corazón. La arena suena a mares de todos
los tiempos, suena a tierras lejanas. Con la lentitud del pensamiento y el
vuelo hacia el infinito, llego hasta la estatua de Ibn Al-Baitar botánico y
seguramente médico del siglo XII y me detengo frente al Castillo de El Bil-Bil
construido durante la Segunda Republica.
El Castillo
de El Bil-Bil es actualmente un Centro Cultural.
Arroyo de la Miel
está enroscado en torno al Cerro de la Era que tiene todas las posibilidades de
haber sido el nuecleo originario con sus primeros pobladores hace tres mil
años. El amplio y sugerente Parque de La Paloma está en su límite.
En el Parque
de La Paloma está el Auditorio, la Biblioteca Municipal. Amplio parque de
solazados paseos.
Ladera arriba de
la montaña la vegetación gana la atención de los pocos caminantes que suben a
pie hacia el pueblo primitivo; los senderos se han hecho carreteras. El
Castillo de Colomares habla de tiempos de prosperidad económica. Pero los
viejos habitantes de Benalmádena siguen mirando al mar desde lo alto, más allá
de los acantilados donde ha crecido aquel pueblo de pescadores abnegados. Los
antiguos habitantes siguen paseando por las plazas donde vieron a Jaime
Pimentel esculpir en bronce La Niña de Benalmádena, cuando terminaba la década
de los sesenta.
La Niña
de Benalmádena conversa con los viajeros desde su pose de baile y de agua en la
fuente de la Plaza de España.
Javier Agra.
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