Desde que tengo recuerdos,
hace sesenta años y tal vez más, aprendí que formamos parte de la naturaleza. La
familia donde comencé a nacer, igual que muchas familias de multitud de
pueblos, vivía de la huerta y de los árboles; la escuela del pueblo estaba
junto al reguero y las huertas con su vegetación; desde niños pasábamos muchos
ratos en la Mata Reguera jugando al escondite, buscando nidos y corriendo hasta
la vía cuando escuchábamos, como un lamento, el silbido del tren que se
acercaba. Seguramente no conocí hasta más tarde la palabra “ecología”, sin
embargo yo sabía que formaba parte de la entraña misma de la tierra.
Camino del Puente
de los Manchegos, Río Manzanares arriba en la Sierra de Madrid. Al fondo, la
Cuerda Larga. Los humanos somos esos pequeños puntos en medio de la naturaleza.
Los judíos celebran
desde hace tres mil años el “año nuevo de los árboles” porque saben que estamos
entrañablemente unidos a la vegetación, al agua, a la tierra, a los animales,
al aire, al sol. Lo recuerdan cada día y lo celebran cuando el invierno llega a
su mitad. Los libros de la Torá, los Profetas, los posteriores libros de la
tradición judía y cristiana recuerdan constantemente que estamos unidos a la
tierra. “La sabiduría y la prudencia son árboles de vida para quien las acoge”
(Proverbios 3, 18); “Si tienes que sitiar una ciudad…no destruyas su arbolado”
(Deuteronomio 20, 19); “Quien confía en el Señor será como un árbol plantado al
borde de la acequia, no deja de dar fruto” (Salmo 1, 3; Jeremías 17,8); “Dichosos
los que lavan su ropa para tener parte en el árbol de la vida” (Apocalipsis
22,14). Y muchos textos más.
Madrid tiene un
montón “árboles singulares” que es una forma de legislar la naturaleza para
protegerla de la insensatez humana. He aquí, un “árbol singular” en el Monte
del Pardo, Alcornoque (Quercus suber) de una edad cercana a los doscientos años;
en primer plano, un “homo vulgaris”.
Recordamos todos,
textos de los “indios” de América. “¿Qué puede ser el hombre sin los animales?
Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad”. Jefe Seattle.
Para ellos, la vida misma, la esencia humana era parte de la tierra, la
naturaleza, el agua…
Encina (Quercus
ilex) muy centenaria del monte del Pardo. Con su sabiduría converso a menudo en
mis paseos, de su sosiego me nutro, en su raíz de PAZ bebo el futuro.
Javier Agra.
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