La Pedriza de Madrid
tiene lugares escondidos llenos de magia y asombro. El aparcamiento de Canto
Cochino se va llenando de coches con las primeras luces de esta mañana de
primavera. Suena con brío el agua del Manzanares cuando cruzamos sobre su
puente de madera para emprender la marcha entre pinos y arizónicas por “la autopista”
de La Pedriza.
Estamos en el Salón
del Pájaro. Es nuestro objetivo de la jornada. Ya adelanto que llegamos ¿cómo
podríamos haber hecho la fotografía de otro modo?
El Arroyo de La
Majadilla es una sinfonía de agua. Imagino la novena sinfonía de Mahler con sus
instrumentos de cuerda y de metal entre la armonía del conjunto y la queja, el
grito, el silencio porque la vida es una agonía irregular en busca de serenidad en su primer movimiento.
Arpas, oboes, violonchelos suenan entre el agua desbocada y los pasos primeros
de los montañeros. Dejamos atrás la charca Kindelán hundida en el abismo y la
altura de Peña Sirio recortando el cielo.
Desde el Jardín de
los Guerreros contemplamos el circo de Las Arañas Negras por donde pasamos hace
un momento.
La danza del segundo
movimiento coincide con nuestro inseguro caminar entre las piedras y las
inmensas raíces que los árboles hacen aflorar en el sendero. Atrás han quedado
Los Llanos del Peluca y el puente que lleva hasta el refugio Giner. Una
empinada cuesta deposita nuestro resuello en el descansillo desde donde
indefectiblemente hago una parada, con El Pájaro al fondo, para desprenderme de
ropa y recomponer el resuello.
Poco más allá, justo
antes de la curva que tiene un vivac, baja un sendero hasta el Arroyo de los
Poyos; estos días va crecido, pero siempre se encuentra algún lugar por el que
vadearlo. El alegro del tercer movimiento de la novena de Mahler se llena de
instrumentos de metal, de fagots y clarinetes mientras subimos hasta La
Calavera y continuamos montaña arriba buscando hitos y recuerdos de marchan
anteriores.
Al pie del
Pájaro me detuve a conversar con esta piedra grácil y volatinera a la que llamé
“El Murciélago”.
Esta es una subida
entretenida, es necesario usar manos, pies…y un poco de pericia para llegar
hasta la base del Pájaro. Aquí me encuentro con una piedra grácil y volatinera
a la que llamé “El Murciélago” nombre que acaso se pierda en el olvido
nuevamente porque yo no tengo ascendiente social. En la base del Pájaro
conversamos con unas personas que están preparando su equipación para ascender
en escalada por una de sus vías; nos muestran tipos y nombres de cuerdas, de
clavijas…
Continuamos la
ascensión. Hace un rato que estamos entre robles y piedras, entre lagartijas y
buitres con el sonido del Adagio del cuarto movimiento entre el estallido y el
reposo de la música que salva el corazón y la mente de los montañeros, que nos
conecta en armoniosa unidad a la naturaleza. Salimos al final de estos
escondidos recodos por encima del Platillo Volante y entonamos con Mahler “en
las cumbres el día es hermoso”.
En el Jardín de los
Guerreros está preparada la piscina; los buitres contemplan el espacio cercano
y la distancia lejana.
Continuamos entre el
pedregal y los hitos por la cuenca de Las Cerradillas hasta su final que se cierra como si quisiera formar un circo con las cumbres de las Arañas Negras y Los Guerreros; desde aquí asciende una canal hasta el Jardín de los Guerreros. La erosión ha construido poesía en
estas piedras a través de tantos milenios de silencio y truenos, de sosiego y
literatura. Los montañeros nos sentamos entre la admiración y el asombro para
contemplar, a nuestro lado, La Muela que hoy está coronada por media docena de
buitres; también los buitres observan a la distancia la Pedriza Posterior y la
Cuerda Larga y el horizonte y el futuro soñado en libertad y en PAZ.
Dejamos aquí las
mochilas, al regresar nos sentaremos otro rato para disfrutar y comer.
Continuamos hacia el Jardín del Pájaro y hacia el Salón del Pájaro, convencidos
de que somos minoría los que hemos visto estos recoletos lugares. A veces
reptando, a veces sirviéndonos del culo como punto de apoyo, a veces haciendo
malabares, siempre con el mayor respeto hacia la montaña, entramos a disfrutar
también de este escondido espacio del Salón del Pájaro. Espacio de serenidad,
de asombro, de poema, de latidos en armonía con la canción sutil del viento en
la montaña.
La vuelta fue otro
cantar.
Javier Agra.
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