En el vértice
geodésico de La Peñota se llenó mi corazón de sosiego y libertad.
Una de mis entradas, en
el año dos mil ocho, cuenta la aventura nunca suficientemente ponderada de La
Peñota desde el Alto del León. Así como es conocido el dicho de que “todos los
caminos llevan a Roma”, son unos cuantos los senderos que confluyen en la
cumbre de La Peñota y en otra multitud de cimas y de lugares a los que nos
apetece regresar con frecuencia.
Comenzamos nuestra
marcha por el Camino Puricelli entre la sinfonía de las retamas, de las aves,
del arroyo…
Desde la estación de
Renfe Cercanías en Cercedilla, cuando la mañana aún está entre el clarear y el
olor de los churros, salimos buscando el Camino Puricelli muy bien trazado en
la falda de la montaña. Sinfonía de retamas alientan nuestro caminar, las aves ponen sonidos de contratenor y el
arroyo de La Venta acompasa acordes de cuerda y viento en esta mañana de luz.
El arroyo de la Venta trae sueños y agua desde la Fuenfría, trae rumores
reposados de las concurridas Dehesas.
Nuestra marcha se
desvía, ahora buscamos el Collado de Los Amigos y el prado del antiguo
Campamento de las Berceas. Pastan una cuantas vacas ausentes a nuestro silencioso
caminar. Nuestro corazón palpita con la vida nueva de los robles, nuestros ojos
caminan muy lejos con el pensamiento y con las puntiagudas miradas de las altas
copas de los pinos.
Estamos cruzando
las praderas de Las Berceas.
Una amplia pista nos
conduce hacia nuestra derecha montaña arriba. Nosotros sabemos que este sendero
de sedoso caminar es efímero; muy pronto saldrá un empinado desvío; se inicia
con una mezcla de raíces y brevísima pradera que confluye en una fuente; a partir de aquí
el camino que hemos de seguir se torna en suelo pedregoso, entre guijarro y
pedernal. Es la Senda Poyalejos.
Allá abajo, la niebla
juega a construir puzles de preciosas vistas y temblores ocultos. Los
montañeros continuamos despacio y esperanzados, pronto llegaremos a La Senda
del Infante, más arriba del arroyo del Helechar y la cuesta de Matalobos. Mientras
resoplamos entre la fatiga del desnivel y el asombro del lugar conversamos
sobre los muchos nombres que en estos y otros lugares se han perdido, han
variado su significado. Los helechos crecen en estos paisajes de la sierra como
si permaneciéramos para siempre en siglos antiguos, los lobos se han perdido en
la memoria ahuyentados por la desmedida ferocidad de los humanos.
Cerromalejo queda a
nuestra espalda. La niebla oculta los pinos que disminuyen su tamaño y cantidad
mientras continuamos ganando altura en esta jornada de ochocientos metros de
desnivel casi sin descansillos en el trayecto. Ante nosotros se presenta como
una siniestra aparición la línea de rocas que da comienzo al último tramo del
sendero.
Se han terminado los
pinos, ha concluido la vegetación;
entramos entre la niebla en el terreno de las rocas, la memoria de otros paseos
por estos lugares nos ayuda a pisar en suelo seguro. Las gafas se oscurecen por
completo entre las gotas de niebla. Es como si esta hora, aún antes del mediodía,
fuera un símbolo terrible de destrucción.
Llegamos a la cima.
La Peñota extendió su luz sobre las cumbres y los valles.
Llegamos a la cima. El
vértice geodésico de La Peñota exige al montañero usar las manos y aún la paciencia
y un poco de pericia. La montaña es agradecida hasta términos insospechados.
Cuando pensamos que ya estamos ante un telón invisible, se disipa la niebla en
un instante y ofrece al montañero la vista de otras cumbres y sus nombres, de
llanuras, de embalses, de poblaciones, de arroyos, de bosques, de inmensidad.
Descendemos por la
Senda Poyalejos hasta encontrar las praderas de Las Berceas.
La Peñota se viste de
asombro para que podamos regresar con el esfuerzo realizado, el alma henchida, el
corazón iluminado, la vida entregada a la sosegada quietud y la actividad
productiva. Regresamos hasta los campos de las Berceas por un sendero directo,
a veces más claro otras veces perdido por completo. No nos preocupó, nuestro
corazón ya se había encontrado, se había acompasado al respirar de siglos
pausados de la naturaleza.
Javier Agra.
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