La costa se termina en
nuestro caminar hacia Santiago. Pasamos la noche en Ribadeo; el albergue es de
pequeñas dimensiones pero agradable y limpio. Las vistas sobre la ría abierta
al mar llenan de sosiego al peregrino y sin duda serán de solaz para quien
desee adentrarse en estos altos acantilados donde hace pocos años transformaron
en agradabilísimo parque y paseo un embarcadero que antaño aprovechó las calas
y entrantes de agua y tierra.
Parque
etnográfico El Cargadero. La fotografía está tomada desde la Pasarela de este
Parque etnográfico O Cargadoiro. Esta pasarela recrea el final de una vía
estrecha hasta la que llegaban los trenes cargados de hierro y desde el que
descargaban el mineral en los barcos a través de un complejo de poleas.
En las conversaciones
de la noche, “El Vasco” nos comunicó su voluntad de acercarse a la playa de Las
Catedrales, con tanta convicción e insistencia que mudamos nuestro plan para el
día siguiente. Conviene ir con la marea baja. Salimos a pie y cuando pareció
que apremiaba el tiempo, nos subimos a un autobús que acertó a pasar en
dirección a nuestro objetivo.
Seguramente la fortuna
hace progresar unos destinos “turísticos” mientras mantiene a otros lugares en
el ostracismo. La playa de Las Catedrales ha tenido éxito además de ser un
lugar curioso, en efecto. El innúmero de personas que allí se agolpan puede
hacer inquietante la visita para quien lleva algún tiempo entre la soledad
anacoreta y el viaje peregrino. Preciosas formaciones que también podrían
llevar el sobrenombre de La Biblioteca por las láminas finas de la ancestral
roca formando libros inmensos de antiquísima lectura geológica.
Dos de
las muchas fotografías de la Playa de Las Catedrales.
Nos despedimos de El
Vasco quien camina más raudo que nosotros y salimos en la dirección que el
viento nos mandaba, siempre en la búsqueda de Santiago de Compostela. No llegué
a preguntarle el nombre al “Vasco”, un muchacho de pocos años y mucha energía
que quería llegar a Santiago y aún recorrer alguna otra parte de Galicia de donde
fueron sus padres antes de emigrar a Bilbao como tantos otros emigrantes de la
tierra.
Senderos, caminos, el
bosque de eucaliptos del Monte Calvario a la entrada de Lourenzá… Los dos
compañeros peregrinos queríamos llegar a Mondoñedo, lugar con catedral y nombre
sonoro para pasear sus calles y gozar su historia, por eso subimos a un autobús
que nos dejó en la plaza cuando ya teníamos cerca de treinta kilómetros
recorridos bajo nuestras plantas.
Fachada de la
Catedral de Mondoñedo. Sede de la catedral del obispado Mondoñedo-Lugo desde el
año 1112; según las crónicas, en mil doscientos cuarenta y seis mostraba un
estado muy avanzado de construcción aunque se concluyó en el siglo catorce.
Atrás quedaba el mar y
sus acantilados. Atrás las olas y el Cantábrico, atrás las alturas de
acantilado y las arenosas playas, atrás el murmullo de las olas y la brisa salada
de las madrugadas. Ante nosotros las tierras de interior de Galicia y sus
redondas montañas, los caminos de aguacero y de novela…
Javier Agra.
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