jueves, 11 de octubre de 2018

CAMINO DE SANTIAGO IV


La costa se termina en nuestro caminar hacia Santiago. Pasamos la noche en Ribadeo; el albergue es de pequeñas dimensiones pero agradable y limpio. Las vistas sobre la ría abierta al mar llenan de sosiego al peregrino y sin duda serán de solaz para quien desee adentrarse en estos altos acantilados donde hace pocos años transformaron en agradabilísimo parque y paseo un embarcadero que antaño aprovechó las calas y entrantes de agua y tierra.

Parque etnográfico El Cargadero. La fotografía está tomada desde la Pasarela de este Parque etnográfico O Cargadoiro. Esta pasarela recrea el final de una vía estrecha hasta la que llegaban los trenes cargados de hierro y desde el que descargaban el mineral en los barcos a través de un complejo de poleas.

En las conversaciones de la noche, “El Vasco” nos comunicó su voluntad de acercarse a la playa de Las Catedrales, con tanta convicción e insistencia que mudamos nuestro plan para el día siguiente. Conviene ir con la marea baja. Salimos a pie y cuando pareció que apremiaba el tiempo, nos subimos a un autobús que acertó a pasar en dirección a nuestro objetivo.

Seguramente la fortuna hace progresar unos destinos “turísticos” mientras mantiene a otros lugares en el ostracismo. La playa de Las Catedrales ha tenido éxito además de ser un lugar curioso, en efecto. El innúmero de personas que allí se agolpan puede hacer inquietante la visita para quien lleva algún tiempo entre la soledad anacoreta y el viaje peregrino. Preciosas formaciones que también podrían llevar el sobrenombre de La Biblioteca por las láminas finas de la ancestral roca formando libros inmensos de antiquísima lectura geológica.



Dos de las muchas fotografías de la Playa de Las Catedrales.

Nos despedimos de El Vasco quien camina más raudo que nosotros y salimos en la dirección que el viento nos mandaba, siempre en la búsqueda de Santiago de Compostela. No llegué a preguntarle el nombre al “Vasco”, un muchacho de pocos años y mucha energía que quería llegar a Santiago y aún recorrer alguna otra parte de Galicia de donde fueron sus padres antes de emigrar a Bilbao como tantos otros emigrantes de la tierra.

Senderos, caminos, el bosque de eucaliptos del Monte Calvario a la entrada de Lourenzá… Los dos compañeros peregrinos queríamos llegar a Mondoñedo, lugar con catedral y nombre sonoro para pasear sus calles y gozar su historia, por eso subimos a un autobús que nos dejó en la plaza cuando ya teníamos cerca de treinta kilómetros recorridos bajo nuestras plantas.

Fachada de la Catedral de Mondoñedo. Sede de la catedral del obispado Mondoñedo-Lugo desde el año 1112; según las crónicas, en mil doscientos cuarenta y seis mostraba un estado muy avanzado de construcción aunque se concluyó en el siglo catorce.

Atrás quedaba el mar y sus acantilados. Atrás las olas y el Cantábrico, atrás las alturas de acantilado y las arenosas playas, atrás el murmullo de las olas y la brisa salada de las madrugadas. Ante nosotros las tierras de interior de Galicia y sus redondas montañas, los caminos de aguacero y de novela…

Javier Agra.  

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