El Camino de Santiago
está siendo llevadero y sin sobresaltos. Ningún Fendetestas sale por estos
bosques de ensoñado sosiego. Los peregrinos rumian silencios y recuerdos. Hoy
su mente se ocupa del futuro de la humanidad, cuando de estos siete mil
millones de habitantes sobre una inmensidad porque el trabajo y la misma
sociedad se organicen con otros baremos: ¿Cómo nos darán de comer a tantas
personas cuando el trabajo sea realizado fundamentalmente por la tecnología?
¿Cómo nos sentiremos humanos y desarrollaremos nuestros valores cuando no sea
necesario ocupar el tiempo en producir?
Tupidos bosques
entre el asombro y la magia.
La bruma de la mañana
se disipa con el sol y el canto de las aves. Así entramos en la provincia de la
Coruña por la aldea de Marco das Pías ya en el Concello de Sobrado dos Monxes
donde queremos pernoctar, pese a que solamente caminaremos diecisiete
kilómetros. Tengo ilusión por pasear los antiguos claustros del Monasterio
Cisterciense de Santa María de Sobrado, donde está situado el Albergue de
peregrinos.
La Laguna de
Sobrado es amplia y llena de vida.
Cruzamos bajo tupidos
bosques entre el asombro y la magia las aldeas de Esgueva y Mundelo; aún
admirados por tanto encanto llegamos a la Laguna de Sobrado. Poco más allá
entremos en el antiguo cenobio que se remonta al siglo X y que sobrevivió con
esplendor hasta la Desamortización que aquí llegó en mil ochocientos treinta y
cuatro, fecha en la que decayó hasta entrar en un estado ruinoso; en mil novecientos
cincuenta y cuatro comenzó la restauración de este monumento “Patrimonio de la
Humanidad” desde dos mil quince. De nuevo lo habitan, en una pequeña parte, los
monjes cistercienses.
Por sus claustros paseé
soliloquios y silencios, pensamientos y suspiros de tiempos remotos; conversé
con los huesos de los antiguos pobladores, con las estrellas nocturnas y el
salterio de vísperas y completas, con las talladas piedras de otros siglos y el
sedoso musgo de hace unas semanas.
El Monasterio cisterciense
de Santa María de Sobrado visto desde el Patio de Peregrinos.
Después de pasar una
noche monacal, continuamos camino a Arzúa donde el Camino de Santiago se hace
bullicio y multitud; en esta población confluyen varios “Caminos” con el Camino
de Santiago Francés que es multitudinario en cualquier época del año. Aquí comimos
queso, famoso por estas tierras, dormimos y madrugamos para continuar la
penúltima jornada hasta Pedrouzo.
Ahora los pies ya están
ligeros después de tantos días. Subimos y bajamos desniveles con la fortaleza
de la cercanía de Santiago. Más allá de Salceda, entre bosques de eucaliptos y
acebos, entre abedules y verdor, continúa el monumento al peregrino belga que
murió en este punto del Camino. Vamos a dormir, mañana llegaremos a Santiago.
Iglesia de Baamonde y
su triple crucero.
Estamos en la última
jornada. Atrás han quedado bosques y arroyos, puentes y baños en aguas escondidas,
ruinas que fueron viviendas de familias enteras hoy emigrantes, pueblos más
grandes y aldeas, barrancos, cuestas, playas… El Arroyo Lavacolla tiene
recuerdo de los antiguos peregrinos que en otros siglos hacían una jornada de
descanso para lavar sus cuerpos y sus ropas, para reponer heridas y
sentimientos antes de entrar cantando en Santiago de Compostela.
Hoy tenemos que pasar
también por ese Arroyo, pero le ha arrebatado el nombre el aeropuerto y sus
alambradas. El Monte do Gozo y allá abajo Santiago…
Han pasado las horas.
Hoy nos aseamos en el albergue y vamos a darle un abrazo a la imagen del santo.
Le abrazo y en su imagen quiero encontrar al apóstol antiguo y siempre nuevo.
Santiago es una fiesta de emociones diferentes, de sentimientos diversos, de
objetivos innumerables. Yo, me siento en un rincón de la Catedral y rezo.
Javier Agra
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