A veces parece extraño encontrar serena soledad en lugares que pronto serán un hervidero de personas. Pero si llegas a Patones de Arriba cuando el sol quiere amanecer entrarás en valles y montañas de silencio como para desactivar toda angustia que apelmaza los corazones humanos.
Así fue como llegamos al aparcamiento situado unos cuantos metros antes de la población, cuando el sol apuntaba iniciales melodías en las cumbres del fondo y era como si sonara la suavidad del Concierto para Violín de Sibelius con ese arrullo de pájaros y de agua antes de llenar toda la atmósfera de notas invisibles en medio de las que el oyente se transporta a fantasías siempre inacabadas.
Llegamos al puente sobre el Arroyo de Patones. Lo cruzamos para iniciar la ruta aguas arriba. El Arroyo de Patones queda a nuestra derecha.
Antes de entrar en la población, baja un camino hacia el Arroyo de Patones por el que se puede iniciar la marcha; nosotros nos adentramos en el pueblo hasta superar el antiguo templo dedicado a San José construido en el siglo diecisiete, hoy oficia de oficina de turismo, allí nos echamos por calles hacia la izquierda hasta bajar al puente de piedra que cruza el Arroyo, allí se escribió parte de la historia de antaño pues están los lavaderos donde en todos los pueblos se conversaba, se divulgaban noticias, bulos y enredos, se exponían ideas y deseos, se iniciaban acciones de libertad y de futuro.
Paleros, matorral y agua nos atollan y entorpecen nuestro caminar.
A la derecha queda el Arroyo de Patones, camino adelante avanzan los montañeros entre arizónicas y enebros. Las botas nos ayudan a cruzar el Arroyo varias veces, a superar grupos de paleros entre aguas y atolladeros. Se estrecha la senda entre piedra y matorral, se ensancha en pequeños valles de cuento.
Media hora llevamos caminando cuando nos cruzamos con la Senda de Genaro que hace por aquí la segunda etapa de su recorrido. Seguimos la Senda de Genaro que nos llevará por sus pisadas durante largo rato en horizontes abiertos, entre inciertos jarales, entre hierba de años, entre olvidados matorrales hasta subir a los miradores de Peña Escrita y Braña Grande. Hacemos un alto y contemplamos la amplitud del embalse de El Atazar, la quietud del vuelo altivo de las águilas y el volar agitado de las pegaratas de cola azul metalizado por el sol de esta mañana.
Allá abajo el Embalse de El Atazar.
Los pinares con las últimas setas y las primeras nieves, acompañan nuestra ascensión antes de adentrarnos en el roquedal quebrado por los siglos y la erosión. Es necesaria una cierta pericia y búsqueda de lugares menos incómodos para superar las láganas que se interponen en nuestro caminar hacia la cumbre. Diversidad de hitos acá y allá muestran las diferentes opiniones para seguir la ruta.
Es como la vida con distintas opciones y pensamientos, todos arrimamos el hombro para superar las dificultades, todos pensamos en la meta y ponemos empeños común en la tarea. Los montañeros salimos airosos y hacemos el último tramo de subida en la seguridad de que juntos somos más fiables, en la esperanza cierta de que cediendo, aportando y confiando, llegaremos a la cima del Cancho de La Cabeza.
CIMA
Allí compartimos sonrisas, viandas, expectativas, fotografías, entusiasmos… y regresamos por el Ladero de Calzones, Barranco de Hierro, Arroyo de Valdentales, Arroyo de Las Cuevas… hasta adentrarnos en las antiguas Eras donde quedan vestigios ruinosos de los trabajos de labranza de antaño…
Estamos de regreso, el Cancho de la Cabeza despunta al fondo. A nuestra derecha, en la lejanía, se ven Las Cárcavas del Pontón de la Oliva, fuera de cámara.
Patones de Arriba es, ahora, un enjambre humano, un hormiguero desconcertado…
Javier Agra.
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