El horizonte tiembla en este amanecer vestido de oro sobre las cumbres, la luz se expande por las quebradas Cotiella arriba hasta hacerse racimo de cielo y de azul; la pradera de Armeña amanece desaliñada entre verdor y sigiloso viento que susurra aliento a los montañeros durante el ajetreado calzar de botas y desayuno de fortaleza entusiasmada; amanecer lento de poesía en este arroyo de flores y mariposas sobre el prado que levanta sus manos de roca hacia las cumbres.
El amanecer viste de oro las cumbres.
Nuestro destino, esta jornada, es la cumbre luminosa del Cotiella. De modo que salimos del refugio, pronto terminamos de cruzar la pradera y nos adentramos de inmediato entre el pedregal que busca el farallón rocoso del Armeña. Las chovas piquigualdas saltan aquí y allá buscando alimento fresco en la mañana, tenemos tiempo de caminar contemplando sus piruetas pues la ligera y sencilla subida es prolongada.
Estamos adentrados en una senda de piedras limpias de sereno tránsito. Terminó ya la vegetación, a partir de aquí será otro misterio del Pirineo, otra belleza que se adentra hasta las entrañas para perpetuarse en el alma del montañero y así vivir una y muchas veces la ascensión en el recuerdo.
Desde la Colladeta, estamos viendo el Collado del Cotiella. Senderos entre canchales y cumbres de canciones eternas.
Dejamos la brecha de Las Brujas y Las Coronas buscando el espolón del Cotiella, paso a paso entre el sudor y la ilusionada subida buscamos ya la zona de karst siempre silenciosos de magia y de asombro. El sendero continúa entre el canchal en busca de la base del Collado de Cotiella. Los montañeros son ahora diminutas lagartijas en esta inmensa amalgama de vegetación que ha quedado hace tiempo allá abajo, de inmensa roca elevada a nuestra derecha, de canchal inerme bajo nuestros pies.
Vulnerables y desvalidos estamos los montañeros en medio de esta inmensidad, pero nos sentimos acurrucados en la cariñosa inmensidad de las cumbres, ahora sonrientes por nuestra cercanía. No sirve de nada la vanidad; sosiego y agradecimiento son el mejor abrazo con que podemos responder al abrazo de la montaña.
Desde la cumbre divisamos múltiples cumbres del Pirineo. Además del nombre de las cumbres, podéis observar la diversidad emocionante de Los Pirineos, desde los bosques verdes de los valles hasta la nieve permanente en sus cumbres, como el Posets o el Aneto.
Hemos llegado al Collado, amplio y poderoso, a los montañeros nos parece sonriente y entrañable, como si tuviera en sus bolsillos cacahuetes y frutos secos para invitarnos a hacer una parada y contemplar la inmensidad de las cumbres; nos parece oportuna su propuesta y nos quedamos unos minutos entre sonrisas, miradas al infinito, mordiscos a los frutos secos y sorbos de agua.
Aún falta un tiempo de marcha. Continuamos un breve trecho por el cordal, buscamos el siguiente collado bajo el Pico de La Neis. Dejamos de dar vueltas alrededor del Cotiella, ya solamente nos queda remontar la continua y serena ladera que asciende hasta la cumbre. Nos recibe entre sonrisas y música, seguramente el concierto para violín y orquesta de Paganini suena en estas cumbres cada vez que un montañero abraza su vértice geodésico y admira la cruz de hierro que permanece enhiesta a su lado.
En la cumbre, abrazamos agradecidos el vértice geodésico.
Vista del Monte Perdido, desde la cumbre del Cotiella.
Javier Agra
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