Es un concierto de violín el amanecer mientras hacemos el viaje en coche por Los Ancares desde Vega de Espinareda hasta el Puerto de Los Ancares. Suena la música entre los sotos de abundosas hayas, robles aguerridos, tímidos tejos, abedules brillantes, caprudes (así llaman al serval en las tierras astures, leonesas, gallegas) abigarrados.
Roquedo de silicio en medio de diferentes valles de Los Ancares en su vertiente de Léon.
Retumban los trombones entre ecos al chocar con los antiquísimos roquedos de silicio que asoman en las alturas. Por allí vuelan las silenciosas águilas de variadas especies; la bisbita y la tabilla sacuden sus primeros vuelos por las praderas bajas y los ornamentales brezos, suena misterioso el chotacabras en busca de piornos y avellanos donde reposar.
El sol pinta auroras de mil tonos en la abundante vegetación. Comienza el día con el musitar de los árboles, el correteo de la invisible gineta y el escurridizo corzo. El coche surca monte arriba entre curvas de maravilla interminable, los montañeros silenciosos escuchan violines en su corazón y pintan asombro en la mirada.
Estamos en el Puerto de los Ancares también llamado Alto de Balouta. Hacia Lugo, las nubes cubren los valles como anuncio de un día que será de sol y de luz.
Una amplia senda sin posible pérdida sale frente a nosotros flanqueada por coloridas plantas de brezo en su variante quiruela, la más utilizada para leña y escobas; también el florido brezo rubio salpicado de aplicadas abejas. Ascendemos una loma, no señalaré en el texto la cantidad de asombros que descubrimos en cada altura, en cada recodo, en cada escondrijo…pero sí diré que fue una jornada de serenidad, sosiego y asombro continuado.
Continuamos el sendero que marca nuestro caminar con claridad rotunda. Llegamos a un amplio claro preparado con alguna maquinaria para repoblar con alguna especie de árbol que no llegamos a investigar. Descendemos unos metros para encontrarnos con un refugio sin guarda que actualmente está en unas condiciones poco habitables pues tiene trazas de estar en período de reforma.
Comenzamos a bordear Peña Venera. Más allá el Brañutín y asomando al fondo La Cuiña.
La Peña Venera a nuestra izquierda parece que pierde altura al paso de los montañeros por la senda que la rodea entre roquedos y arbustos. Encontramos el primer grupo disperso de rebecos que, acostumbrados a presencia humana, continúan su tarea de búsqueda de alimento, de cortejo, de caminar saltarín como si jugaran al escondite entre los abedules de la ladera opuesta.
Superamos Peña Venera, asombro tras asombro, y comenzamos la ascensión al Brañutín por un sendero diagonal en ligera pendiente sobre escondido pedregal, entre poderosas raíces de urces y brezo que parecen rocas asentadas por el tiempo. Los montañeros necesitan compaginar la emoción del espectáculo con la atención a los tropezones.
Hemos llegado a la cima del Brañutín. Al fondo, La Cuiña.
Estamos en la base de un roquedal airoso con lajas de pizarra, subimos hasta su lomo mientras descubrimos a nuestra izquierda un hermosísimo valle con huecos y lagunas de otros tiempos. Es el Brañutín por cuya loma caminamos, sorteando pedregal y matojos, hasta su punto más alto. Ahora ya podemos contemplar los valles de Los Ancares hacia Lugo, se han dispersado las nubes de esta mañana.
Javier Agra
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