En Madrid y el área cercana del Guadarrama podemos visitar más de doce cascadas o chorros, que de ambas maneras se denominan. Son paseos que pueden cerrarse en la misma cascada o que pueden hacerse continuar por el espacio que el viajero desee.
Para ésta que llamaré Los Chorros del Manzanares, podemos llegar hasta el aparcamiento tercero pasado Canto Cochino en la Pedriza… otras veces he llegado desde el collado de Quebrantaherraduras, también bajando el río Manzanares desde su nacimiento en Ventisquero de la Condesa…
En esta época de primavera bulle vida la naturaleza y las aves están especialmente ajetreadas buscando nido y familia, de modo que la Pedriza suena a amorosa canción, a explosión verde, a sonoridad de arroyo explosionado en la canción coral del Manzanares que juega a correr serpenteando, a meditar reposado entre charcas y diminutos meandros, a tocar el arpa entre las ramas tersas de los salgueros, a frotar el dulce violín del resistente tomillo…
Este puente de madera nos ayuda a cruzar el río Manzanares.
El sendero culebrea entre pinos y arizónicas, entre cantuesos y jaras, asciende y desciende mientras avanzamos siempre con el Manzanares a nuestra derecha a veces perdido de nuestra vista, en ocasiones al final de una herbosa pradera, otros momentos como música de órgano bajo una breve cortada.
Es el puente que se llama Vado del Retén sobre el río Manzanares.
Llegamos al Puente del Francés y nos metemos por una escalera con amables peldaños por una senda que sube pinar adelante a nuestra izquierda hasta llegar al puente de madera (Vado del Retén se llama) que nos ayudará a cruzar el río, en estas fechas de lluvias de marzo casi rabión, de sonoridad orquestal… imagino aquí los coros de La Pasión según San Mateo de Bach.
El sendero sube entre rocas y jaras, la visión en este espacio se agranda hasta los pinos de la otra ladera, hasta perderse en el cielo más arriba de la montañita que hemos dado en llamar Don Quijote dormido, según la nomenclatura que nos inventamos en otra excursión y con otra perspectiva de la cumbre. Cruzamos por su mitad dos inmensas rocas que parecen hacer de centinelas o de insuperables puertas, todo queda en juego literario pues la ascensión es serena.
He aquí dos rocas que hacen de literarias puertas de vigilancia.
Así llegamos al inicio del pinar, 1390 metros por si sirve de orientación; se desvía una senda a nuestra izquierda que llega hasta el río; allí está la primera de las cascadas, a mi parecer demasiado oculta por rocas y pinos a penas entrega para disfrute de la vista una caída y su laguna. El montañero cerró los ojos para ampliar la sensación con el sonoro hechizo del agua.
Balcón inferior.
Vuelvo sobre mis pasos para continuar pinar adelante en el calmado sendero de tierra que setenta metros más arriba reposa en una breve planicie donde parece clarear el pinar. También hacia la izquierda sale una breve senda que se posa sobre un considerable roquedo desde el que la vista los chorros del Manzanares es más amplia y sonora.
Balcón superior.
Aquí se detienen los montañeros, aquí su corazón se llena de agua y de música, de luz sonora e inmensidad, de eternidad y de paz. En más de una ocasión nos ha contemplado una cabra desde alguna de las alturas por las que baja el agua entre escalones líquidos y brillos de luminosa roca. Aquí el tiempo pierde su machacona urgencia, aquí el sol puede detenerse a contemplar la naturaleza y esconderse entre los pinos y las cumbres y el montañero embelesado mezcla su alma con la naturaleza entera en simbiosis de eternidad.
Javier Agra.
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