Los sentimientos del corazón en el inicio del camino y los recuerdos de otros pasos y otros tiempos, cuando el montañero era niño y saltaba entre las rebollas de la Mata Reguera buscando las vías del tren de las cinco que era muy raro si pasaba antes de les ocho con aquel sonoro ronquido del esfuerzo entre el carbón y la cuesta, se mezclan en la bruma del tiempo al iniciar la marcha de esta mañana tras superar la portillera de hierro para iniciar la Senda del Chiquillo.
La Senda del Chiquillo serpentea entre pinares.
El día llama con fuertes aldabonazos a la puerta del sol que entrega sus rayos primeros al aterido sendero endurecido por los rigores de la noche. Suenan las botas con ecos de antiguos pasos en la entumecida arena del camino que en sus primeros metros es de placida anchura entre los robles que a medida de nuestro caminar van ocultando la solemnidad de la Maliciosa para adentrarnos entre pinares y piedras en una senda que se reduce y encrespa montaña arriba.
El arroyo del Chiquillos donde conviven el tímido sapillo pinto y la rana de atrevida mirada sostenida, murmura a nuestra derecha entre diminutos remansos y aprendices de cascadas que la mañana fresca de este invierno mezcla con la llamada musical del azulado y escurridizo carbonero garrapinos y el trino agreste del robusto acentor de marrón brillante y rojizo color que tiene su nido en alguna grieta escondida de estas rocas por las que pasamos silenciosos.
Hemos llegado a una pradera de risueño paisaje entre la fatiga y la emoción.
Hemos llegado a una pradera que puede ser el país de la música, paramos un momento para fotografiar el instante en la memoria y en el corazón; la luz trae canciones de la Maliciosa al fondo y los cercanos pinos retorcidos en su lucha con los vientos de este verdor escondido entre grandiosidad de rocas y altura suficiente para esconderse de la visita de los humanos, solamente los buscadores de sonidos y silencios, de sosiego e inmensidad nos adentramos en estos lugares que piden esfuerzo y sudor, cansancio y energía del corazón que palpita fatiga y emoción.
La loma que lleva hasta el Mirador de las Canchas es un mirador constante hacia la naturaleza y hacia la vida.
Hemos bordeado unas moles de piedra, llegamos a la pradera de ensueño y música, cruzamos más arriba la Senda Ortiz y continuamos Senda del Chiquillo adelante hasta pasar por delante del árbol caído que ya llevamos viendo varios lustros y nos sirve para orientarnos en la certeza del buen camino; continuamos por el ramal de la derecha que nos lleva hasta la pista justamente en la curva, los montañeros continuamos camino hacia el Mirador de las Canchas por el sendero exterior que es grandioso y prolongado mirador.
El Mirador de las Canchas con la Bola del Mundo y la Maliciosa al fondo.
El Mirador de las Canchas es un punto de unión de diferentes caminos, aquí la vista reposa entre la naturaleza y su paz, la vida entera abre caminos hacia horizontes de fraternidad, los caminos se dilatan en el alma y en la geografía, podemos salir hacia la Senda de la Tubería, hacia la Peña Pintada, hacia el antiguo Hospital, hacia la Fuente de Mingo, hacia…Es una parábola de la vida, podemos salir hacia la violencia, hacia la misericordia, hacia el desprecio, hacia la amistad, hacia la búsqueda de la paz, hacia…
Estamos bajando entre los pinos y el matorral sin camino conocido.
Nosotros salimos hacia el antiguo Hospital pista adelante entre curvas y suelo resbaladizo por la nieve que mantiene su hechizo helado en las umbrías. Después de hacer otra parada en la que comimos el bocadillo de queso descendimos por el pinar empinado sin sendero conocido entre búsquedas y pérdidas, sorteando matorral casi hermético, saltando entre los calveros que bajo los altos pinos permiten nuestra marcha penosa y machacona. Dimos finalmente con la Senda del Chiquillo y el arrullo de su arroyo, cerca ya del ancho sendero que nos llevó hasta la carretera y el coche.
Javier Agra.
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