martes, 12 de julio de 2022

CERRO DE LOS ÁLAMOS BLANCOS


A veces nos parece que los lugares son inamovibles, que los pensamientos son inmutables, pero resulta que al caminar por la montaña tenemos la sensación de que ha cambiado desde la última vez que la contemplamos desde este mismo lugar; entonces descubrimos que también los corazones pueden mejorar, que la felicidad puede instalarse allí donde el llanto tenía su morada, que la ilusión y el esfuerzo hacen a las personas nuevas cada madrugada.

Así pasó cuando llegamos al aparcamiento de La Jarosa para comenzar la ruta hacia el Cerro de los Álamos Blancos. Apenas apuntas la pequeña carretera, está el aparcamiento desde el que comenzamos a caminar; hace años seguíamos algunos cientos de metros. Unos frondosos sauces nos reciben, los sauces serán compañía dilatada durante un buen tiempo de la marcha.

Pasada la presa, a nuestra derecha seguimos la senda que bordea las dehesas cercadas de Cenarrubio. Pasada la presa continúa una carreterilla hacia la ermita de San Macario y algún bar de reposo placentero. Pero los montañeros estamos en otra dirección, como dicho tengo. Atrás queda Cenarrubio, continúa la desvencijada pista hasta que subimos a una planicie por la que nos adentraremos en la llamada Senda del Agua.


Fuente de la Chorrera.

El Arroyo de la Jarosa es música de arpa en esta mañana de silencio místico mientras caminamos por la Senda del Agua entre vegetales y trinos, entre rocas que juegan a ser castillos y portaladas de entrada a mundos de magia y ensueño. Junto a sus aguas, se bañan los sauces y las madres ciervos con sus crías entre la curiosidad y el recelo.

Cerramos la Senda del Agua en una curva que nos devuelve a la pista de asfalto carcomido; un grupo de sauces despide nuestro caminar cuando llegamos a la Fuente de la Chorrera con su amplitud como si de una plaza se tratara.


Pilón de Los Reajos

Unos metros más adelante pasamos ante una puerta de piedra que parece fue guardiana de la finca que se extiende entre nosotros y el pinar, antaño fértil propiedad hoy son zarzas y olvido. Estamos llegando a un camino de tierra que sale por la derecha monte arriba y que nos dejará en la Pradera de los Reajos con su Fuente del Pilón de los Reajos. La cruzamos buscando una senda que sale entre los pinos ligeramente a nuestra derecha.

Ahora se hace más pronunciada la pendiente entre senderos estrechos donde con frecuencia pisamos agua, las jaras tupidas están aún en flor. Aromas verdes y trinos de pájaros libres se mezclan con el sudor de los montañeros ascendiendo la empinada cuesta. Mi pensamiento salta a la vida donde se nos mezclan las alegrías y las penas, los fracasos y los éxitos como el pan que nace de una misma artesa y es agua y harina amasado por las manos hábiles de antiguas mujeres del pueblo.


He aquí algunos pinos catalogados por la Comunidad de Madrid como árboles singulares. En este espacio está también la Fuente de la Pinosilla.

La senda nos deposita de nuevo en la pista de lo que fue asfalto y hoy es piedra suelta y tierra. La cruzamos y estamos ya en la Pradera del Asiento del Roble que cruzaremos hacia nuestra izquierda  adentrándonos en una senda local que nos lleva hasta los pinos centenarios catalogados como árboles singulares y la Fuente de la Pinosilla. Los montañeros se sientan y admiran, ponen pausa en su caminar y detienen el tiempo para llenar el corazón de siglos de verdor y de naturaleza.

Desaparecen los senderos trazados, contamos con señales verdes y blancas y con algún cartel descriptivo de árboles y plantas. Pasamos bajo un cerrado arco de piornos tan tupido que parece inaccesible, conseguimos superar su muralla fabricada por el tiempo y por la vida. Cruzamos un arroyo que a esta altura del año es casi un hilo o un suspiro de la multitud de helechos que se extienden por el frondoso monte.


En el Cerro de los Álamos Blancos abundan ruinas de trincheras y otras construcciones militares de antaño.

Amplios acebos brillan iluminando el sendero cuando estamos llegando al amplio espacio del Cerro de los Álamos Blancos donde aún se conservan torres vigías y otras numerosas construcciones de aquella tragedia que fue la guerra civil. Para leer los carteles de los álamos temblones es necesario salirse del sendero entre zarzas y olvidos del tiempo, entre paredes raídas y carcomidas ramas.


Cima del Cerro de los Álamos Blancos. Al fondo el Monte Abantos y otras cumbres del entorno del Escorial.

La última subida está repleta de estos álamos que le dan nombre al lugar coronado por rocas rotundas y esbeltas desde las que contemplamos vistas en todas las direcciones, abajo el embalse y el valle de la Jarosa; allá las cumbres del Escorial con el Monte Abantos, el Cerro de la Carrasqueta y otros diferentes nombres que se extienden cabalgando en cimas hasta el Puerto del León y aún hacia la Peñota y la Cuerda Larga.

El descenso lo hacemos monte a través entre sendas que se pierden y tupidos helechos, entre pinos y acebos hasta alcanzar la pista por la que continuamos camino hasta encontrar, allá abajo, el desvío inicial del camino de tierra y más abajo el inicio de la ruta donde el coche aguarda entre la paciencia y el calor del mediodía.

Javier Agra.   

 

 

  

 

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