Son muchas las tradiciones que voy descubriendo a lo largo de mi peregrinaje por este mundo al que aún no he encontrado ninguna frontera más que las que nos empeñamos en delimitar los humanos, aunque nunca he encontrado razones suficientes como para mantenerlas.
De Cataluña y Aragón he aprendido la tradición ensoñadora del Tiò. Ha contribuido a tal aprendizaje que soy abuelo de dos nietos nacidos y con residencia en Cataluña. De modo que hace algunos años, incorporé este asunto del “tizón o tronco de Navidad” al recorrido de mis preparativos donde el Belén tradicional de muchos lugares ocupa un puesto preferente por su simbolismo cristiano.
Encontré al Tiò asomado a esta cueva donde compartía cobijo con una familia de conejos.
El Tiò es un tronco más o menos grueso con su rostro siempre feliz, que vive en los bosques en compañía de los árboles y en medio de la naturaleza. Cuando llega el frio, le gusta encontrar una familia de acogida. Así pues, la víspera de la Inmaculada me puse las botas y me fui al Monte del Pardo como otras muchas mañanas, pero hoy tenía la intención de encontrar al Tiò y traérmelo a casa para alimentarlo y evitar para él los rigores del invierno, que este año son más llevaderos.
Recorrí caminos y escondrijos conocidos en su mayoría y alguno nuevo, pues siempre en la vida nos quedan lugares y pensamientos que son desconocidos incluso para nosotros mismos. Lo encontré asomado a una cueva donde me dijo que compartía cobijo y cama con una familia de conejos. Su cara siempre sonriente se iluminó cuando le comenté que se viniera a pasar el invierno con nosotros.
Aquí está viviendo desde entonces. Pasa la mayor parte del tiempo bajo el árbol adornado con diferentes figuras y con chocolate. Le gusta comer fundamentalmente mandarinas y kiwis además de beber abundancia de leche.
Así cuando vinieron mis nietos, a su abuela y a mí se nos iluminó el alma, el corazón y la vida entera, el Tiò se mostró muy satisfecho de la compañía. La tarde de Nochebuena, según la tradición, le cantamos en catalán la conocida melodía que dice así:
“Caga, tió “Caga, tizón
ametlles i torró / almendras y turrón
no caguis arengades no cagues arenques
que són massa salades que son muy salados
caga torrons caga turrones
que són més bons …” que están más buenos… “
El Tiò pasará en nuestra casa buena parte del invierno antes de regresar de nuevo al monte a vivir entre las encinas del Pardo. Nacerá la primavera para él y para la naturaleza entera, como nació la luz, en la sencillez de una familia alojada en una cuadra, para las personas y todo cuanto existe, en esta Noche Buena. Acaso el próximo invierno tenga que buscarlo en otro lugar más escondido, pero tampoco es muy preocupante porque en realidad es él quien sale al encuentro de la familia que escoge y donde vive feliz los días más duros del invierno.
Los niños duermen soñando con los bosques donde ellos mismos buscaron y encontraron su propio Tiò.
La tarde de Noche Buena el Tiò defeca pequeños juguetes y algunos dulces con los que juegan y meriendan los niños de la casa. Los juguetes grandes, si los hubiese, se reservan para el trabajo posterior de los reyes magos. De modo que la emoción de los niños tiene su cumplimiento con estos pequeños detalles. Más tarde, los niños duermen seguramente soñando con el bosque donde ellos mismos fueron a buscar y encontraron con sus padres el Tiò que queda bajo el árbol de su casa mientras pasan unos días en el domicilio de los abuelos donde corretean llenando de vida e ilusión el rostro de los abuelos.
Javier Agra.
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