Cuando Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo 1756 – Viena 1791) compuso su Concierto para Violín nº 5 en 1775 ya lucía el sol sobre las llanuras del valle del Lozoya donde las aves surcan cada mañana como un concierto casi operístico que dura como veinticinco minutos, parecido al tiempo en la que las aves despiertan en algarabía feliz sobre las aguas y los árboles mientras el sol apuntala sus rayos para calentar a la naturaleza.
Desde la Senda Ortiz se contemplan espectaculares vistas.
Suena el aire entre las ramas como timbales y trompas de este concierto de violín majestuoso y formidable, el concierto de las aves y del viento es un aperto allegro capaz de despertar a las sendas cercanas de la Pedriza. Es un dialogo en sonido creciente montaña arriba conversando con los arroyos y los roquedos, como dialoga el violín solista con la orquesta buscando el adagio en un trenzado de sonidos que envuelven de paz y sosiego el corazón del montañero esta mañana de marzo buscando las cumbres y los escondidos acebos que brillan de gozo al sol de esta mañana que avanza en sosegada armonía.
Cima de Cabeza Mediana con Peñalara al fondo.
Trompetas y timbales, violines, cuerdas y trompas estallan en innumerables ecos sobre las paredes del circo de Peñalara en un rondó infinito que se interrumpe al galope del viento jugando al escondite entre las frondosas encinas de la cima de Cabeza Mediana. Es la cima, es el frenético allegro que se extiende por la orquesta y por la naturaleza entera cuando va llegando a su final el Concierto para violín nº5 de Mozart, es el frenético gozo del alma cuando los montañeros abrazan el vértice geodésico de la cumbre mirando siempre a la altura, escuchando siempre con el corazón inmensamente expandido por la tierra, por sus llanuras, sus arroyos, sus montañas…
Javier Agra.
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