lunes, 6 de marzo de 2023

CANCHO DE LA CABEZA


 

Es invierno.

El termómetro marca tres grados bajo cero.

Apunta la primera claridad del sol detrás de algún collado del fondo, pasaremos de puntillas camino del Cancho de la Cabeza para no despertar a Patones de Arriba aún dormido.

 


Desde la cumbre del Cancho de la Cabeza la vista es grandiosa.

 

Unos metros antes del Pueblo hay un pequeño aparcamiento donde apenas cabe una decena de coches, para nosotros no es problema pues estamos entre los primeros montañeros en llegar.

 

Con las orejas cubiertas, los guantes ajustados y calzadas las botas, comenzamos la marcha por la carretera que entra al pueblo, para verlo a estas primeras horas de sombra y sosiego. Pasado lo que fue templo y hoy es oficina de turismo, nos echamos escaleras abajo buscando el Arroyo de Patones para cruzar el pequeño y coqueto puente que nos deja en la senda de Genaro, sendero que recorreremos durante mucho rato.

 


A la vera del Arroyo de Patones está muy conservado el ANTIGUO LAVADERO Y LA FUENTE DE LOS TRES CAÑOS. El que se ve en la fotografía y su paralelo, fuera de foco, son permanentes surgencias de agua; ved arriba, en el centro de los dos, la ausencia del tercer caño. El tiempo es una guadaña afilada que va borrando los recuerdos y los trabajos de generaciones.

 

La Senda de Genaro coincide con la ribera del arroyo, seco en su mayor parte. De entre la abundancia de pedregal, destaca la pizarra; nos explica Luis que se trata de rocas metamórficas formadas hace quinientos millones de años, en el periodo Ordovícico en el Paleozoico cuando la vida animal aún estaba en ebullición en el agua y no había conquistado la tierra que comenzaba a prepararse con diversidad de vegetales y plantas.

 


Esta fotografía está sacada desde la cumbre. Vemos gran parte del camino de nos lleva hasta la cima.

 

Encajonada en el valle entre dos hileras de montaña, bien podemos parecer una tribu nómada buscando el collado, Senda de Genaro adelante; el espacio se ensancha por breves momentos para volver a encajonarse en desfiladero; el suelo endurecido por la piedra y por la helada del lugar umbrío hasta bien adelantada la mañana, por momentos se torna en mullido sendero acolchado por la humedad.

 

Abundancia de salgueros que calman el espíritu y alivian los músculos cansados flanquean nuestra marcha, resistentes y vistosos enebros en gran cantidad también nos acompañan y cubren montaña arriba en una algarabía de colores adornados por el sol que ya ha abrazado buena parte de las cumbres y sus laderas; jaras y romeros entrecruzan sus aromas y sus ramas como abrazos vegetales para acompañar la marcha de los montañeros; también destaca acá y acullá el torvisco, que tiene nombre de mitología griega (Daphne gnidium) y es planta atractiva a la vista y sedosa al tacto.

 

Se abre el valle a la altura de Peña Escrita hacia los Llanos de San Román, abandonamos el arroyo. La vegetación cambia para hacerse pinar y hierba. Los montañeros avanzamos montaña arriba, ahora ya bajo los rayos calientes del sol de marzo; escucho a mi corazón y el piar suave de algún ave con su melodía de ánimo mientras revolotea en idas y venidas para endulzar la lentitud del caminar.

 


Estamos en Peña Escrita. Entre cumbres y nieves. Abajo el embalse de El Atazar

 

El valle se abre y amplía en una circular visión de cumbres y nieve, de valles enroscados entre las venas de arroyuelos seguramente hoy sin agua, entre surcos arados por los siglos de silencio y soledad; allá abajo el embalse de El Atazar como un dragón medieval recorre sus meandros entre las bajas laderas para coser cumbres y pueblos. El aire se siente libre para expandir su dominio sin fronteras. 

 


Vista desde el Mirador de Braña Grande.

 

Continuamos la marcha hacia Braña Grande, primero monte arriba, después en ligero descenso y nuevamente hasta su explanada que hace de mirador: allá el embalse continúa recogiendo las aguas del río Lozoya muy cerca de la presa, parece que está descansando eternamente como guardián del pequeño pueblo del que toma el nombre, la Cabrera a aquel lado, los Montes Carpetanos con diversas cumbres y nombres, con nieve como paletas de algún pintor, Peña La Cabra y la Sierra del Rincón que se pierde hacia Peña Cebollera.

 


En la cumbre

 

Admirados por la belleza serena de esta parte de la montaña caminamos meditando y silenciosos hasta la cumbre del Cancho de la Cabeza que culminamos entre un pequeño laberinto de piedras sin posible pérdida. Tiempo de respiración, de sonrisas, conversación, bocadillo, fotografías, vuelos de la fantasía, lumbre en el alma, serenidad en el corazón y en la mente el mundo entero y sus problemas, el universo en su totalidad y el deseo de PAZ.

 

Regresamos por el Barranco del Hierro en un retorno circular, nuevamente por la Senda de Genaro y entramos a Patones de Arriba en una bajada pindia entre las derruidas paredes que delimitan antiguas eras y edificaciones de antaño para el ganado y para las familias que hoy permanecen en el murmullo del aire y en el vuelo de los pájaros.

 

Javier Agra.  

 

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