Recuerdos y peñascales hacen que mis pisadas sean pausadas Senda Santé hacia arriba buscando la cumbre de La Najarra. El coche ha quedado aparcado en el Puerto de La Morcuera cuando la niebla matinal aún vislumbra el silencio de la huidiza noche.
Desde mil setecientos setenta y cinco metros que tiene el Puerto, hemos de descender trescientos por la denominada Pista de la Nieve que se estrecha después de un tramo para enroscarse entre helechos y enebros, entre matorral y pradera mientras las aves inician su bullir y su verborrea de saludos esta mañana.
Los montañeros estamos caminando sobre el recuerdo y las pisadas de años atrás, sobre las sombras y el olvido de tantos montañeros que hicieron esta ruta en el pasado cuando seguramente esta ladera aún no había sido repoblada de pino y eran encinar y pasto. Atrás quedan el Arroyo de la Media Luna y el Arroyo de La Vejiga o del Corral de los Puercos; alguna vez comenzamos el ascenso por su cauce, en otras ocasiones tuvimos que saltar su caudal.
La Senda Santé camino de La Najarra ofrece paisajes de asombro y de sueño. En medio el pequeño embalse de Miraflores.
En estos arroyos noto que el paso del tiempo también remodela el suelo y el roquedal, las lluvias y acaso tormentas de los últimos tres años han trastocado la enmarañada aspereza del pedregal, han arañado surcos nuevos en medio del campo que hoy aparece con matices y colores como vidrieras de catedral por el sol que adentra cañones de luz entre el ramaje del pinar.
Llegamos a la Pista Aguirre, más ancha y de sosegado transitar. Acoso medio kilómetro más allá sale hacia la derecha, pinar arriba, la Senda Santé que otras veces hemos recorrido desde La Fuente del Cura a las afueras del pueblo de Miraflores de la Sierra. Entre la ensoñación y el cuidado he de mirar su inicio, es bien visible…además está Jose a mi lado y él sabe la altura y los recodos donde arrancan estos desvíos.
El segundo mirador está a una altura de mil seiscientos diez metros.
Es pues un sendero bien marcado que asciende como un baile sinuoso entre el tupido pinar. Los brezos se asoman al lado del sendero haciendo quiebros a los pinos, gigantes melenudos que bisbisean palabras entrecortadas en conversación con los montañeros y con el viento. Dos miradores nos ofrecen sus asientos, agradecemos el detalle a la Senda Santé y descansamos un instante entre fotos y resuello, entre contemplación y misterio. Delante de nosotros las montañas cercanas forman un circo de poemas y de cuento, de colores y de música en concierto; allá abajo el agua en arroyos y embalses, la tierra árida de estos meses secos, las casas donde aún duermen las gentes y acaso sueñan con lejanías de magia y de esfuerzo; sobre nuestras cabezas el vuelo silencioso de las aves y más arriba el cielo.
Un grupo de cabras monteses, filósofas inmutables a la presencia humana, descansan, rumian y piensan.
El terreno es ahora más rocoso y abrupto como un latido de soledad en la ascensión buscando la planicie de las Cuatro Calles, amplia antesala de la Najarra. Abandonamos el pinar, salimos al amarillo frondoso del piorno primaveral entre silbidos del viento y nubes en carrera descomunal, son cíclopes dando bandazos por el mar del cielo sin una caverna para reposar. Se alarga la explanada de Cuatro Calles hasta un abierto collado barrido por el viento, disminuye el matorral y aún la hierba se esconde por miedo del vendaval.
Sentado en la cima. A la izquierda se apunta la Cuerda Larga, al fondo Peñalara y los montes Carpetanos hacia la derecha.
Cuesta arriba de nuevo buscando la cumbre en zigzag, algún valeroso pino se retuerce aferrado al suelo como fuera de su lugar. Dejamos a nuestra derecha un grueso roquedo cortado en láminas gruesas como un queso endurecido por los siglos, poderoso en su pedestal. El sendero se esconde bajo las pisadas de algunas cabras que triscan en pequeñas familias, se camufla entre brezos entrecruzados, se distorsiona entre desiguales rocas… Pero los montañeros ya estamos viendo el vértice geodésico, entonces como un abrazo de la Najarra se detiene el ventarrón y nos acoge cordial en su cima.
Peñalara allá lejos, los montes Carpetanos a la derecha, el valle del Lozoya a nuestros pies, la Cuerda Larga se prolonga desde nuestra cima hasta la Bola del Mundo más allá de La Loma de Pandasco y las dos cumbres de Hierro. Montañas y siglos se extienden más allá de la vista, entre la bruma del pensamiento, uniendo corazones distantes, uniendo semejanza de esperanzas y de esfuerzos.
Hemos llegado a la cima.
De entre las diferentes posibilidades de regreso, nosotros elegimos el camino más directo siguiendo las marcas que descienden junto a la valla metálica, sin adentrarnos en el pinar lo evitamos por senderos que bajan hasta la amplia pista que culmina en una puerta metálica a la vista del asfalto y del aparcamiento del Puerto de La Morcuera.
Javier Agra.
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