Desde Madrid atravesamos todo el valle de Lozoya, en coche eso sí; valle lleno de luz y de magia, de vegetación y de vitalidad, hasta llegar al Puerto de Navafría en el corazón de los Montes Carpetanos de la sierra de Guadarrama. El río Lozoya, que cruza el valle, ha recogido las aguas de diferentes arroyos: Peñalara, Guarramillas, Cerradillas, Umbría y Aguilón y en las proximidades de las Cascadas del Purgatorio en Rascafría comienza a recibir este nombre de Lozoya hasta que desemboca en el Jarama por Uceda, localidad de Guadalajara.
Llegamos al Puerto de Navafría entre frondosos bosques de roble con la profundidad misteriosa de estos árboles desnudos de sus hojas en este avanzado febrero, más arriba dan paso a la solemnidad de los pinos con quienes conviven durante una cincuentena de metros antes de detener su avance y estancarse en su natural altura. Aparcamos en el Área Recreativa de las Lagunillas y comenzamos nuestro caminar.
El sendero tiene música de agua.
El sendero sueña libertad de luz amanecida.
El sendero está amenizado por canciones de pájaros.
El sendero acaricia a los montañeros con el sol de la mañana.
El sendero es un colorido tapiz de hierba, de jaras, de tomillo en flor.
El sendero es un abanico de genciana, de pinos apuntando hacia la cumbre.
Ladera arriba, dejamos atrás el Mirador del Cuervo y caminamos hasta cruzar la recordada pared de piedras, mis pensamientos se remontan a otros antiguos tiempos donde acaso estas paredes servían para delimitar propiedades o evitar que las vacas se desperdigaran en demasía, me llegan recuerdos de antaño cuando atender a las vacas de mis padres ocupaba algún tiempo de mi primera infancia.
El sendero tiene música frecuente de agua en sus arroyos de temporada, seguramente el de más nombre es el Arroyo del Hornillo, no es el mismo que el de las pequeñas cascadas cercano a Santa María de la Alameda (estos detalles de cultura montañera los sé porque mi compañero y amigo Jose me los entrega y refresca); el sendero está bien marcado por hitos que acompañan a los montañeros ladera arriba hasta llegar al circo glaciar Los Hoyos de Pinilla, conocido como Lagunillas del Nevero al pie mismo del Pico del Nevero que parece que es uno de los lugares donde más aguanta la nieve por estos lugares, sobre todo en la cara norte de su anchurosa y elongada cumbre.
Las dos lagunas… ¿acaso la lengua que las une es otra laguna o será una única laguna con diferentes pensamientos, será una única laguna con dos almas fraternas caminando en las alas del viento mientras ofrecen a las aves su reposo y a los animales que pueblan el entorno el frescor de su bebida?
Las dos lagunas… ¿sabrán del bramido insolente del mar inmenso cuando se enfurece con los grandes cetáceos, con los orgullosos barcos aventureros por las aguas de los océanos, sabrán de la quietud del agua en calma cuando besa los acantilados, del sosiego que entrega al alma que lo mira entre la penumbra de la tarde y de la luna?
Las dos lagunas reflejan el blanco de la nieve esta mañana, ocultan el ocre de la tierra y de las finas piedras ladera arriba camino de la amplia cumbre del Nevero. Los montañeros despedimos a las Lagunillas del Nevero y subimos con el alma serena y los pies decididos hasta el incierto vértice geodésico de la cima, sentamos a la abrigada de la pared ruinosa de aquello que, según parece, fue una edificación refugio para tiempos de terrible guerra, con las manos temblorosas por el viento, no sabemos con certeza cuál será el punto más alto de esta cumbre de la Sierra de Guadarrama.
Desde la cumbre del Nevero, regresamos por la loma hasta descender y adentrarnos en los protectores pinos. Próximos ya a la carretera, hicimos los últimos metros por el sendero que entra a nuestra derecha y bordea el Área Recreativa de la que habíamos partido, de este modo cerramos una mañana de camino circular, de serenidad de espíritu, de sosiego del corazón, de paz en nuestra existencia.
Javier Agra.
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