Comenzamos a caminar por la senda paralela al Río Manzanares, el arroyo que trae el agua de la Umbría de la Garganta viene rebosando de música y energía estos días. Los troncos amontonados de los pinos serrados hacen una muralla de vida bajo las paredes de piedra de los corrales y las granjas que están frente al Puente de la Cola de Caballo por donde entramos hacia el pinar en busca de la que nos parece la mejor de las diversas veredas que suben hacia el sendero principal del Collado del Cabrón.
Suena la sinfonía número tres de Mahler y el corazón se impregna del amor del agua y sus habitantes, de la música misteriosa de los bosques y las aves que los pueblan, suena la música y llegamos a la altura de mil ciento sesenta metros donde abandonamos la senda principal y encontramos la que parte monte arriba buscando la divisoria hasta llevarnos al Cáliz donde habíamos estado hace pocas semanas.
Pero hoy continuamos en una búsqueda de desconocidos senderos que nos lleven hasta el Cancho de los Muertos con la música amorosa de la creación sonando en nuestras almas. A esta altura de la Pedriza nos espera un rebaño reducido de cabras que rumian sosiego y calma mientras permanecen tumbadas a nuestro paso. Por aquí conviene estar atentos al sendero pues son muchas las rocas que pueden distraer al montañero.
Entramos en un relajado prado al que algunos mapas llaman la zona sioux, allí escondido encontramos un tótem de antiguas tribus tallado en la roca por efecto de los siglos. Allí encontramos asombrados la piedra que buscábamos en nuestra excursión de esta mañana El Beso de las Aves, también conocida como ventana al cielo. Allí posamos nuestras mochilas y dedicamos un tiempo al sosiego, a la poesía, a la música del corazón en forma de canciones de los hombres, al amor, a la vida, a la esperanza…
Continuamos el sendero entre grandes rocas hasta desembocar en un sereno desfiladero encajonado por gruesas peñas de graciosa hechura, como si algún gigante del tiempo de la Ilíada hubiera tallado formas y limado asperezas con una inmensa navaja. Bien pudo pasar por aquí algún tiempo Peón, el dios apenas nombrado al que Zeus encargaba de curar a los dioses heridos en sus refriegas con los humanos.
Así entre sonidos de ángeles y apoteosis de la tercera sinfonía de Mahler llegados a la grandiosidad de un mirador sobre el Manzanares, sobre la Cuerda Larga, sobre el valle en todo su esplendor. Tiene este mirador unas curiosas formaciones de piedra que estos días hacen de lagunas para el abrevadero de aves y de animales que por allí pasen sedientos. Una de estas lagunas bien puede llamarse El Ojo pues tiene esa forma con su lagrimal incluido que derrama las gotas sobrantes sobre la deslizante piedra.
Pocos metros más arriba está el mirador y el camino que sale hacia el Cancho de los Muertos, con sus leyendas y su mitología. Los montañeros buscamos y encontramos una senda que desciende por un sereno pinar hasta encontrar la más amplia senda que nos lleva hasta el Collado Cabrón, lugar de encuentro de diferentes grupos de montañeros que llegan desde diferentes caminos y continúan por variadas rutas.
Jose y yo descendemos descartando unas sendas, siguiendo la que nos parece más acertada al cercano Arroyo del Risco que nos llevará hasta el vivero que dejamos a nuestra izquierda para llegar hasta la popular Charca Verde, no sin ciertos trabajos más de aproximación que de búsqueda. Salimos después a buscar el Puente del Vivero sobre el que cruzamos el rumoroso Río Manzanares, sus aguas me recuerdan la tercera sinfonía de Mahler que refuerza el amor musical, poético y ojalá eficaz que me une a la humanidad toda y a la naturaleza entera. Al lado de las aguas del Manzanares regresamos hasta el aparcamiento donde encontramos el coche en la misma posición que lo habíamos dejado.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario