Cima del Pico de Almenara. Vista hacia la Estación de seguimiento espacial de Robledo de Chavela.
Desde la cima
del Pico de Almenara, el mundo pierde sus fronteras.
La llanura
castellana se extiende y forma un círculo infinito cosido en el lejano cielo. Nieve
suave, nubes breves sueñan reposada paz, la siembran y la expanden entre las
encinas y los prados más allá de las tapias y las cercas. ¿Quién puede decir
dónde empiezan los olivos andaluces, los almendros de Aragón, las murcianas
huertas…?
Desde la cima
del Pico de Almenara, el mundo pierde sus fronteras.
He cerrado los
ojos un instante y llegué a ver el níspero de China y la pitahaya que nació en
Perú, el boliviano charichuelo, el lichi de Madagascar, el panapén de la India…
infinidad de olores se mezclan en el revuelo de la imaginación cuando me siento
sobre la nieve recién posada con dulzura en la cumbre. Se pierden las fronteras.
De nuevo, con los ojos abiertos, contemplo la llanura castellana que se ha
revestido de universo y se transforma en baile y regocijo sin fronteras.
Cerca de iniciar la última subida hacia la cumbre del Pico de Almenara.
La montaña
conversa silenciosa amplitud.
Me detuve en
medio del sendero para decir a las aves que su vuelo es cierto porque solo
ellas saben si están yendo o vuelven. Conversé con el vendaval para que me
dijera cuál era su dirección y cuál su aposento. Allá donde llegan las aves y
el viento, toman de la tierra su sustento, respiran y surcan otra vez la
libertad del cielo.
Y yo, inmóvil en
medio del sendero, decido caminar hacia la cumbre que está a mi espalda porque
la cumbre del Pico Almenara es mi objetivo inmediato.
Cuando regrese
de la cumbre habré puesto en la mochila un mapa sin fronteras.
Javier Agra.
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