miércoles, 18 de febrero de 2015

SIERRA DE ALMENARA (III), GUADARRAMA



Cima del Pico de Almenara. Vista hacia la Estación de seguimiento espacial de Robledo de Chavela.

Desde la cima del Pico de Almenara, el mundo pierde sus fronteras. 

La llanura castellana se extiende y forma un círculo infinito cosido en el lejano cielo. Nieve suave, nubes breves sueñan reposada paz, la siembran y la expanden entre las encinas y los prados más allá de las tapias y las cercas. ¿Quién puede decir dónde empiezan los olivos andaluces, los almendros de Aragón, las murcianas huertas…?
Desde la cima del Pico de Almenara, el mundo pierde sus fronteras.

He cerrado los ojos un instante y llegué a ver el níspero de China y la pitahaya que nació en Perú, el boliviano charichuelo, el lichi de Madagascar, el panapén de la India… infinidad de olores se mezclan en el revuelo de la imaginación cuando me siento sobre la nieve recién posada con dulzura en la cumbre. Se pierden las fronteras. De nuevo, con los ojos abiertos, contemplo la llanura castellana que se ha revestido de universo y se transforma en baile y regocijo sin fronteras.

Cerca de iniciar la última subida hacia la cumbre del Pico de Almenara.

La montaña conversa silenciosa amplitud. 

Me detuve en medio del sendero para decir a las aves que su vuelo es cierto porque solo ellas saben si están yendo o vuelven. Conversé con el vendaval para que me dijera cuál era su dirección y cuál su aposento. Allá donde llegan las aves y el viento, toman de la tierra su sustento, respiran y surcan otra vez la libertad del cielo. 

Y yo, inmóvil en medio del sendero, decido caminar hacia la cumbre que está a mi espalda porque la cumbre del Pico Almenara es mi objetivo inmediato. 

Cuando regrese de la cumbre habré puesto en la mochila un mapa sin fronteras.

Javier Agra.

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