He vuelto al Monte del Pardo.
Voy con mucha frecuencia a pasear entre la grandeza de su silencio y la algarabía de sus pájaros, entre el calmado pasar del tiempo y la velocidad de los conejos moradores de sus escondidas madrigueras. En mi corazón palpitan latidos de todos los tiempos y de lejanas tierras, me siento hermano de la natura entera y de todas las personas. El Monte del Pardo es recuerdo del pasado, hoy miro otros tiempos cuando tuve mocedad sin añoranza, es presente de sosiego y camino, es latido hacia el futuro donde la eternidad me espera.
Me detengo bajo alguna encina cubierta de bellotas casi reventadas de pulpa y de vida, alimento de jabalíes y de otros animales que se esconden a mi paso, y ¡recuerdo tantos instantes de mi vida!… Recuerdo aquellas bellotas de mi infancia en Acisa de las Arrimadas cuando mi madre las asaba al fuego y nos las repartía como manjar en las noches de invierno, eran las golosinas mías y de mis hermanos mientras escuchábamos alguna historia o nos leían unas páginas de algún libro a la luz del candil de carburo.
Las bellotas de este árbol de la fotografía son la sonrisa de la eternidad plasmada en un momento, son la síntesis de toda la historia de la naturaleza y de la humanidad en el fruto de la encina, es la ontogénesis de la filogénesis de la humanidad y de la historia. A través del conjunto de bellotas y hojas se divisa el azul del cielo formando un entrelazado que semeja flores de un tapiz de la naturaleza. El Monte del Pardo es placidez y remanso, es sosiego y libertad, es PAZ y armonía.
Javier Agra.
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