Suena esta mañana el Cuarteto de Cuerda de Haydn (Rohrau 1732 – Viena 1809) conocido como “El pájaro” por su magnífico sonido entre burlesco y saltarín, entre gracioso y envolvente, entre palpitante de emoción creciente y evocador de naturaleza infinita. Conversan saltarines los violines y la viola mientras avanza el coche desde Vinuesa camino del Paso de la Serrá donde es necesario aparcar durante los meses de verano y festivos, los pinos se van poblando de colores pintados por el amanecer, de armonías entonadas por diferentes aves, de melodías risueñas allí posadas por la ilusión y por la vida. Hasta el aparcamiento superior, algo menos de dos kilómetros, se puede caminar por la Senda del Bosque o llegar en autobús que sale cada media hora, por un precio de euro y medio por persona para el trayecto de ida y vuelta.
Comienza la Senda hacia la Laguna Negra, los pinos enraízan sus venas entre la naturaleza.
El canto del pájaro de Haydn invita a bailar a la naturaleza entera, así comenzamos el camino breve hasta la Laguna Negra. Los primeros trescientos metros hasta llegar a la Laguna Negra están preparados para ser compartidos por montañeros y paseantes; para todos, el asombro y el regocijo es también común, seguramente la diferencia está en la hora en que unos y otros hacen el recorrido por esa pasarela construida con respeto hacia la naturaleza abundosa y feraz. El resto de la jornada, ya depende de la voluntad y el esfuerzo de los montañeros.
La Laguna Negra está preparada con un paseo de madera para ser visitado con comodidad por todas las personas.
¿Laguna Negra? Y verde y azul y rosicler de madrugada. Esta laguna de leyendas y de fábulas es sonrisa entre pinares, es agua de colores variados según los diferentes momentos del día, es pedregal de brillos y espejos que resuenan entre las voces de la historia y los asombros de quien los visita aunque no sea la primera vez que llega hasta este sosiego a la hora del día en que las aves comienzan su andadura, mucho antes de que se pueble de ruidos humanos.
Vista de la Laguna Negra y su paredón de piedra de conglomerado de silicio.
El paredón que cierra el circo de la Laguna Negra tiene hasta treinta y nueve vías de escalada en su roca que es conglomerado de silicio en grano muy fino y consistente parecido al granito, con abundancia de fisuras y de finas capas. Esta profusión de vías de escalada contribuye a diferentes comienzos de trochas en numerosas subidas entre la maleza, con abundancia de árboles serbal, acebo, arce…
Después de salir del entramado de madera que rodea la Laguna Negra hemos de iniciar sin pérdida la subida hacia la Senda del Portillo señalada con postes de marcas rojas y blancas.
De manera que para continuar nuestra ruta hemos de ser precavidos y no perder los postes con marcas rojas y blancas del GR 86 que indican el sendero elegido, La Senda del Portillo, y nos llevará con facilidad hasta lo más alto de esta pared mientras disfrutamos de unas vistas de inmensa belleza. Es posible que mientras asciendes, atento lector, escuches como yo escuché en mi corazón la Cantata 147 de Bach (Eisenach 1685 – Leipzig 1750) “El corazón, la boca, los actos y la vida” con su coral más conocida “Jesús alegría de los hombres” escrito para cuatro voces en la festividad de la Visitación de María, dos de julio, de 1723. Hoy yo también estoy haciendo una subyugante visita a la naturaleza y a la vida.
La Senda del Portillo se inicia con una reconocible vereda de piedras y un puente de madera para superar el agua que en dulces hilos cae sonora de una cascada de desigual caudal según las lluvias de los anteriores días. Como en una alfombra ascendemos entre matas de gayubas y árboles de diversidad admirable, avellano, espino, fresno, brezo, helecho… La Laguna Negra va quedando abajo, los montañeros nos detenemos a veces para asegurar la mejor ruta entre escarpadas rocas, a veces para contemplar el espectáculo de vegetación, agua, luz, sonidos aprovechando algún mirador que la naturaleza sitúa como invitación a la parada de admiración.
Desde el puente de madera contemplamos una cascada de desigual caudal según las lluvias de los anteriores días.
Vamos ganando altura por un terreno singular, resuena el final de la Cantata de Bach “Jesús es siempre mi alegría, mi fuerza y el sol de mis ojos el tesoro de mi corazón, la felicidad de mi alma”. La subida se hace suave y sosegada, el montañero busca los lugares más accesibles para pisar y subir, el montañero decide y en la decisión está el acierto del siguiente paso. Con firmeza y energía llegamos a la altura de la Senda del Portillo, la vista se abre a un panorama de praderas y verdor. Desde aquí cambiamos completamente el espectáculo…
Javier Agra.
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