Clarea sobre las impactantes rocas de la Pedriza de Madrid. Multitud de senderos ofrecen la posibilidad de una jornada de sosiego y disfrute. El silencio y la armonía de la naturaleza, en forma de pájaros que cantan escondidos o planean silenciosos sobre las cabezas de los montañeros, en forma de arroyos formados por la música de las lluvias y el deshielo, las liras suaves de las hojas de los árboles frotadas por el aire apenas perceptible, sólo ellos y la paz de las pisadas del montañero acompañarán este día de marcha.
Rincones y rocas innumerables esperan la llegada del montañero para acariciar su cuerpo y liberar su espíritu. Dejamos el coche en el pequeño aparcamiento del Collado de Quebrantaherraduras donde escasamente caben una veintena de vehículos. El inicio del pequeño recorrido PR-M 16 se inicia con una escalera de piedras allí situada para facilitar la entrada de quienes quieran caminar más o menos distancia. Es la Cuerda de los Porrones que puede llevarnos hasta La Maliciosa.
Muy pronto nos adentramos en un cómodo sendero entre la tierra y las piedras, muy bien marcado con las señales blancas y amarillas del pequeño recorrido. Enseguida haremos la primera parada panorámica hacia la Pedriza, Las Torres, el Comedor Termes, La Esfinge, el Cerro de los Hoyos, el Collado de la U, el Collado de la Ventana, el Yelmo… se cierran al fondo frente a nosotros en una ofrenda de belleza más profunda que las palabras.
Más allá entre peñascos y encinas, entre jaras y recovecos de piedra, llegamos a un salón con mesas y asientos de granito, así es la mayor parte de la roca de la Pedriza, donde encuentran asiento y final de recorrido numerosos grupos de amigos o familias que desean pasar una jornada en la naturaleza. Continuamos hasta llegar al Collado del Terrizo por donde dicen que antaño se encontró en Marqués de Santillana (1398 - 1458) con la serrana que eternizó en sus versos: “Moça tan fermosa / non vi en la frontera, / como una vaquera / de la Finijosa”
Conocidos son los cielos de la Sierra de Madrid pintados por Velázquez, también los del brillante paisajista Carlos de Haes (Bruselas 1826 - Madrid 1898) pero cuando el montañero ha visto clarear las primeras luces sobre la Pedriza descubre el brillo del baile escondido entre las rocas, las hadas y los elfos del amanecer corriendo entre las quebradas y los callejones en busca de retamas y piornos, la serenidad misma posándose en las más altas cumbres. Absortos en estos pensamientos nos topamos en un recodo con la Fuente del Berzosillo manando bajo una enorme roca, útil acaso como bebedero de animales y aves.
Continuamos la marcha hasta encontrarnos con una fuente seca, sin agua. Disertando si será algo parecido el origen del antiguo apellido “Fonseca” mientras llegamos hasta el Arroyo de Las Casiruelas donde nos percatamos que hemos dejado más atrás el sendero que parte hacia la pista para subir hacia la Cruz de Mierlo; tendríamos que haber abandonado esta senda por la que caminamos, a la altura de mil doscientos metros.
En la montaña y en la vida, las decisiones son con frecuencia limitadoras, un camino cierra otras posibilidades. Los montañeros decidimos subir la ribera del arroyo de Las Casiruelas, sin ninguna dificultad pues la vegetación permite visualizar los siguientes pasos. De este modo llegamos a la pista que hemos de cruzar, con tan buen tino que salimos en frente del nacimiento de la senda que nos llevará hasta la Cruz del Mierlo, nuestro principal objetivo de esta jornada.
Entre altos pinos, reducidos grupos de tomillos, escondidas lepiotas secas en su aposento de tierra, hacemos el desnivel más pronunciado del día. Llegamos a una antigua alambrada en desuso y continuamos paralelos a la misma en busca del otero donde encontraremos la Cruz del Mierlo. Las vistas hacia la Pedriza y hacia la Cuerda Larga llenan de asombro y sosiego el corazón, la mente, el alma, la sangre toda del montañero.
Se termina la valla y entramos en el otero antedicho, poblado de cantueso y tomillo, de matas de hierbas de diversos nombres, de sol y de luz. Hacia nuestra derecha unas pobladas rocas forman una muralla a cuyo abrigo reposa el Mierlo bajo una cruz en el suelo compuesta por piedras que semejan su cabeza, su cuerpo, sus miembros. Cerca permanece, escondido entre maleza y misterio, un doble vivac construido hace mucho tiempo.
Era El Mierlo, un pastor que recogió a una doncella perdida por aquellos parajes, después de haber sido raptada por unos bandoleros para pedir un rescate. Parece que los “facinerosos” tuvieron una muerte violenta peleando entre ellos, allá en el Cancho de Los Muertos. Entregó a la muchacha a sus padres, adinerados afincados en Madrid, y le propusieron trabajo y casa para vivir cerca de ellos; El Mierlo prefirió regresar con su ganado a la Sierra, donde años más tarde apareció asesinado. La Cruz que hoy visitamos es un recuerdo y un monumento a este sencillo y noble personaje de corazón inmenso, sembrado como estaba de naturaleza y eternidad.
Continúa el sendero buscando Peña Blanca, El Cancho de Las Porras, Cancho Porrón, Maliciosa Chica, Maliciosa… pero esta jornada bajamos hacia La Fuente de Las Casiruelas para regresar, cerrando un círculo, hasta encontrarnos con el Arroyo de las Casiruelas y retornar por el mismo sendero del que habíamos partiendo en el Collado de Quebrantaherraduras.
Javier Agra.
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