Entre las Hoces de La Horadada y El Sobrón, el espacio natural de los Montes Obarenes está lleno de luz y vida. Resalta el Pico Humión, mole fornida visible desde la distancia, imán que susurra al montañero y lo atrae sin remisión.
Pasamos la noche en el pequeño pueblo de Cubilla de la Sierra; mientras el sol despierta sus primeros bostezos estamos aparcados junto al caño y la fuente del final del pueblo. Diversos caminos suben en dirección a la montaña seguramente para atender fincas y granjas, nosotros hemos de seguir el que parte hacia la derecha en un ligerísimo descenso, la vista se pierde en una curva hacia la derecha. De inmediato comenzará a subir aún entre un estrecho camino de asfalto.
Unos metros más arriba, el asfalto gira en cerrada curva hacia la izquierda, por la que nosotros ya no continuamos. En este punto arranca un sendero bien visible de frente, que atraviesa a mi parecer, lo más desagradable y aún insalubre; es una vaguada donde remansan abonos y orines, boñigas y barro en una amalgama poco feliz que debemos vadear como mejor nos indique el sentido común. Sobre nosotros descubrimos una granja bien surtida de vacas de apetecible leche y suculenta carne ¿Habrá alguna manera de arreglar este desafortunado vertido?
En ligero ascenso, sigue nuestro camino para ganar altura y llegar en pocos minutos a un pequeño collado. En él nos detendremos unos minutos para disfrutar del sol que está sembrando de luz y colores la cuerda que divisamos ya en toda su extensión allá arriba, el cercano pueblo de brillos y reflejos que ha quedado a nuestros pies, grupos de amenas vacas que pastan relajadas en diferentes prados y en la libertad de esta ladera que tenemos delante.
A nuestra espalda queda un pequeño otero con su antena de telefonía. Los montañeros subimos por el dibujado sendero que nos lleva paredaño a un arroyo sin agua la mayor parte del año pero que dibuja paisajes de sosiego y armonía de sinfonía, oigo en mi corazón la novena de Anton Bruckner (Ansfelden 1824 – Viena 1896) sinfonía en la que trabajó varios años y al final quedó incompleta... Nuestra vida y nuestras montañas también están siempre en proceso, siempre hacia su plenitud. Llegamos por el Portillo de las Jarillas a la larga cuerda entre un inmenso mar de enebro rastrero y otras plantas tendidas como alfombras para amenizar nuestra marcha. Delante de nosotros, ligerísimamente a la derecha destaca el Pico Flor solemne y sonriente; el Pico Flor llama a los montañeros que tienen la tendencia a ignorar su sencilla majestuosidad y continuar camino hacia la cumbre del Humión.
Nos desviamos para contemplar durante unos minutos una dolina sueño de siglos, llamada de todos los tiempos a estos montañeros que pasamos hoy, a los que seguirán caminando por estas mismas pisadas que permanecerán sobre estas cumbres cuando mi cuerpo sea olvido y espíritu eterno.
Llegamos a la cima, hace tiempo que el Ebro serpentea a nuestros pies; en uno de sus meandros, casi cerrado sobre sí mismo, está la Central Nuclear de Garoña, ya en desuso. A lo lejos aparecen diversas cumbres que vamos nombrando con recuerdos y con sueños. Montañas de Palencia... del País Vasco... allí el Amboto reino natural de la Madre Tierra con la cueva de Andra Mari a mil doscientos metros, ciento treinta y uno antes de hacer cumbre; el Gorbea con recuerdos de mi juventud primera por tierras donde disfruté la vida, la soledad, el estudio, la paz...
Javier Agra.
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