domingo, 16 de marzo de 2025

CAMINO DE SANTIAGO 4 NAVA DE ORDUNTE – ESPINOSA DE LOS MONTEROS


Al iniciar esta jornada, la niebla ponía velos a la luna después de la intensa lluvia de anoche que concluyó, para alivio de los peregrinos, a las seis de la mañana. Atrás queda, entre siglos y sueños, el puente romano (parece que del siglo III d. C.) sobre el río Cadagua del que nos despedimos esta mañana.


Puente romano sobre el río Cadagua en Nava de Ordunte.

Entre altos paredones que resguardan antiguas casonas, varias deshabitadas actualmente, y amplias fincas que fueron fructíferas hace décadas, emprendemos la marcha hacia los cercanos pueblos de Partearroyo y Ayega, acaso de origen monástico en su iglesia de San Pelayo que conserva alguna parte de estilo románico. Los dejamos atrás en apenas dos kilómetros de marcha en esta jornada en la que acumularemos casi novecientos metros de desnivel.

Por aquí anduvieron los romanos transportando cantidades de grano, lana, hierro, pescado… desde las tierras de Castilla hasta el Cantábrico en lo que sería más tarde el Camino de las Enderrozas.

Las flechas amarillas del Camino nos llevan en dirección a Hornes. En este tramo vamos acumulando un fuerte desnivel en medio de un bonito bosque y unas bellísimas praderas capaces de alimentar cientos de vacas que, a su vez, pueden abastecer de carne y leche a multitud de personas. Avistado el pueblo, topamos con una higuera y su fruto en sazón. Allí nos detuvimos un tiempo a desayunar su dulzura, pues no habíamos tomado sino agua de nuestras  cantimploras desde la noche anterior.


Algún lugar entre los bosques del “Camino Olvidado” de Santiago.

Saliendo de esta pequeña población estuvimos a punto de perder el Camino que continúa por una carretera diminuta tendente hacia la izquierda que hemos de seguir hasta pasar una curva cerrada hacia nuestra derecha en mitad del monte y de la naturaleza, allí encontramos una granja y sabemos que es el lugar donde debemos buscar nuevas señales del Camino que nos vuelven a meter en el monte hasta llegar a Ordejón de Mena y poco más allá Taranco, a cuya salida al pie de la ermita de San Medel o San Emeterio encontramos algunos nogales con abundancia de nueces caídas a nuestro paso. “Comed peregrinos, comed de los productos de la tierra” decían estas nueces y aquellos higos que nos sirvieron de alimento hasta bien entrada la tarde cuando llegamos a nuestro destino.

Cuenta la historia, aunque muy bien puede ser leyenda  interesada, que en esta localidad de Taranco tuvo su origen y nacimiento el Reino de Castilla el quince de septiembre del año ochocientos, en el desaparecido Monasterio de San Emeterio o San Medel donde hoy se conserva una ermita de nueva construcción que conserva alguna piedra y algún vestigio de aquel primer monasterio y también un monolito con una inscripción aludiendo a este nacimiento de Castilla.


Antiguo Lavadero en el pueblo de Concejero. Rehabilitado para solaz de los visitantes.

Sea como fuere, el paisaje es asaz bello y sosegado para el espíritu y aún para los fatigados cuerpos que avanzan por prados y espesuras de arbolado hasta llegar a Hoz de Mena primero y después a Concejero con sus escudos nobles. Aquí nos detenemos a conversar con una pareja, ella nacida en León y él en Burgos que se afincaron aquí hace unas décadas en busca del silencio y la naturaleza, aprovechando los avances de la tecnología que les permite el trabajo a distancia.

Poco más adelante, el Camino se desvía por una carretera hacia nuestra izquierda por donde los prados parecen dar saltos de verdor y entusiasmo de modo que los peregrinos piensan que la senda de la jornada es música y poema. Llegamos a Arceo al tiempo que el panadero tenía abierta su furgoneta de reparto, nos comimos un bollo de blanco y caliente harina que construyó su horno en nuestro estómago.


Cascada de Irús en el río Hijuela.

Desde aquí hasta Irús (antropónimo de Ferocius, acaso el nombre de algún general romano o tal vez algún militar despiadado que conquistó aquel territorio) la senda cabalga monte arriba entre una hermosísima selva de pindio ascenso pisando sobre una antigua calzada romana reconocible en algún tramo, recorremos el río Hijuela con incesante murmullo de sus aguas adornado con dos interesantes y elegantes cascadas hasta culminar en Irús. Enseguida se ve la torre y la iglesia de San Millán, mandado construir por la familia Vivanco Angulo las últimas décadas del siglo XV y principios del XVI que serviría como panteón familiar.

De Irús a Bercedo nos quedan seis kilómetros de fuerte subida, un tramo por la carretera antigua que nos mete hasta el intrincado monte mezcla de encinas y de prados, de terrenos abandonados que antes fueron de labor y de trigales apuntando su tallo hasta culminar en el Alto del Cabrío. Comenzamos el descenso siguiendo (a veces por intuición) las señales del Camino (con frecuencia olvidado) hasta cruzar las vías del tren que siempre seguiré llamando “de la Robla” hasta entrar en Bercedo por un terreno más llano y también más cultivado.

Bercedo tiene un bar activo donde comimos algunas viandas con voracidad casi inhumana. Después ya tuvimos ocasión de contemplar la iglesia románica de San Miguel Arcángel siguiendo el adagio latino que recomienda “primun vivere deinde philosophare”. También Don Quijote en uno de los sonetos iniciales alude a tal asunto, en el Soneto dialogado entre Babieca y Rocinante leemos expresiones de este jaez: “¿Cómo estáis Rocinante tan delgado? /  Porque nunca se come y se trabaja. / ¿Pues qué es de la cebada y de la paja? / No me deja mi amo ni un bocado”… “Metafísico estáis” “Es que no como”.


Río Cerneja.

Continuamos hasta Villasante entre severas pendientes siguiendo el curso del río Cerneja, subafluente lejano del Ebro y que lleva hasta el Mediterráneo ecos de lejanas serranías y acaso refresco de pies cansados. Más allá llegamos, entre prados y rumiantes vacas, a Loma de Montija y Quintanilla de los Prados, con apeadero del tren de la Robla,  antes de entrar en Espinosa de los Monteros donde pasaremos la noche que ya se avecina.


Templo parroquial de Santa Cecilia en la Plaza de Sancho García de Espinosa de Los Monteros.

Espinosa de los Monteros es una localidad que fue próspera en la historia y aún no hace muchas décadas, hoy conserva casonas de antaño y glorioso pasado. Hace algunos años había visitado esta localidad, desde la que subí al Castro Valnera, preciosa montaña con un largo acercamiento entre praderas llenas de verdor y vida. Aún tuvimos tiempo de pasear por su histórica nobleza y apuntar el nombre de alguno de sus torreones y palacios “de indianos”. El sacerdote del templo de Santa Cecilia nos ofreció un salón parroquial para pasar la noche. A Pepe y a mí nos pareció oportuno alojarnos en una pensión con ducha y cama donde descansamos a pierna suelta después de participar en la eucaristía de las ocho de la tarde con un nutrido grupo de cristianos.

Javier Agra.   

 

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