Más allá del mar, la tierra de
Marruecos es árida; el suelo cobrizo nos llama diez mil metros más abajo.
Obediente, el avión comienza un descenso imperceptible e inexorable. Las
cercanías de la gran ciudad de Marrakech se presentan ante los viajeros con
numerosas y muy cuidadas huertas de frutales y vegetación verde, mezclada con
otros espacios baldíos. Frutales de regadío juegan entre la tierra seca. El
avión, ajeno al espectáculo agrícola hace su trabajo a la perfección y nos posa
como ave de suave pluma en su caliente nido de asfalto.
Aquí tenemos a los dos pacientes
montañeros esperando turno para el asunto del sello del pasaporte; tiempo suficiente
para hacer planes, mandar mensajes…calma en el mediodía del aeropuerto…superamos
la espera…; aquí tenemos a los dos inocentes montañeros esperando sus mochilas
facturadas…una mano que sale de algún escondido espacio nos arrebata los bultos
y antes de que podamos respirar los ha cargado en un carrito y nos indica que
le sigamos…después de pedirnos la propina; aquí tenemos a los atónitos
montañeros con la propina en la mano sin tiempo para pensar que somos
suficientemente hábiles como llevar nuestra propia mochila por un aeropuerto…
La empresa que nos ha gestionado el
viaje ha trabajado bien. Ya nos está esperando el hombre del taxi con el
pactado cartel, solamente tenemos que seguirle absortos en este mundo superpoblado
de maletas y de diversidad cultural que es un aeropuerto…éste, por cierto, es
muy hermoso. Jose me indica que me fije en la construcción de su vistosa visera
de arabescos, en la vegetación que adorna en entorno y el exterior…Jose, que ya
está tomando tierra, me llama a la realidad; yo sigo aún un poco amamplado
entre el aire y la novedad.
El taxi, es un viejísimo Mercedes en
el que nos dirigimos hacia Tahanout, por una carretera que se me antoja entre
pasable y buena. Salimos por una parte moderna de la ciudad construida en
ladrillos y tierras rojas que brillan a esta hora de sol cenital. En nuestro
rápido paso por la carretera se intercalan amplios campos de olivos con
espacios de secarral tendente al desierto. Como murallas laterales, kilómetros
de chumberas en plena entrega frutal; muchos muchachos están recogiendo los
higos y llenan diferentes recipientes que ofrecen, como venta, junto a la
carretera; no pocos, tapan los frutos con ramas o con hierbas para protegerlos
del sol y de las moscas.
Poco a poco llegamos a Asni, la carretera
va pasando de pasable a “¡vaya, vaya!”. En esta amplia población aumentan sus construcciones
modernas. Nos cuentan que la emigración manda dinero a esta región y es uno de
los factores de crecimiento; a los montañeros les resulta familiar ese sistema
de acrecentar la riqueza de una nación. Al salir de esta localidad, se termina
la llanura, entramos en el parque nacional del Tubkal, la carretera está entre “¡vaya,
vaya!” y “¡¡¡cuidado!!!”.
Estamos dirigiéndonos hacia Imlil,
la cabecera de la mayoría de las rutas hacia el Tubkal. El terreno es cada vez
más montañoso. Nos cuentan que hace veinte años se puso este asfalto que hoy
permite pasar por aquí a cualquier coche. Yo tardaría más tiempo en el
recorrido que el empleado por nuestro taxista; los montañeros estamos ahora
admirados del absoluto aprovechamiento de la vegetación: las montañas están
pobladas de sabinas, el estrecho valle por el que culebreamos hacia nuestro
destino de esta jornada está poblado por numerosos frutales; de este modo la
vegetación está toda aprovechada para ser alimento de los habitantes de la zona
y aún dedicar una parte a la venta. El agua escasea, pero está toda dirigida a
la producción vegetal.
Imlil es una población por la que
transita el turismo. Imlil está a la sombra de numerosos nogales. El hombre del
taxi nos deja en manos de nuestros dos acompañantes de los siguientes días:
Brahim será nuestro guía, Hassan guiará la mula que transportará nuestras
pertenencias hasta el refugio y será nuestro cocinero; los montañeros estamos
deseando que comience su tarea culinaria pues hace un montón de horas desde
nuestro desayuno en la lejana Madrid. El hombre del taxi agradece la propina y
vuelve a retomar su vida… el hombre del taxi tendrá vida seguramente, como cada
persona de esta tierra, pero nosotros ya no sabremos nada más de él: cada
persona somos un breve tránsito para la mayoría de las personas con quienes
coincidimos circunstancialmente.
Imlil mira al Tubkal. Nosotros vamos
a subir trescientos metros más arriba hacia la localidad de Aremd. Imlil es una
población estrecha y muy larga que nosotros vamos a cruzar a pie hasta su parte
alta, entre nogales y manzanos, entre puestos de venta y muchachos que juegan
al futbol, entre bullicio y deseo de montaña. Pasamos un puesto sanitario, algo
así como un ambulatorio que “se utiliza cuando es necesario”, más arriba
termina el pueblo y sale a la derecha el sendero que nos llevará a Aremd.
Sendero cubierto por un verdadero bosque de nogales que nos dará sombra durante
más de la mitad de la ascensión.
Se terminan los nogales, salimos al
sol de estos pueblos bereberes de Marruecos donde el tiempo se ha detenido
cuando el mundo era silencio y sosiego; el sendero se vuelve una pista por
donde pueden pasar coches, afortunadamente no pasa ninguno. Caminamos acompañados
por el sosiego silencioso. Hemos llegado, nos indica Brahim que es nuestro
guía. Aremd es un pueblo disimulado entre grandes rocas…
Javier Agra.
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