El
sendero inicial es bellísimo entre agua y manzanos. La perspectiva
humana nos predispone, no pocas veces, a variar el sentido de las
cosas. En la llegada a Aremd planteaba el pueblo ladera arriba, ahora
que inicio la bajada desde arriba ¿lo plantearé ladera abajo? Diré
otra vez, de este sosegado pueblo, que su inclinación y la
construcción de sus casas y sus pasadizos es novedosa para mi visión
de pueblos, calles y casas. Recuerdo Acisa de las Arrimadas, donde yo
comencé a nacer, cuando aún era una aldea sin carretera ni luz
eléctrica, cuando la nieve y el agua transformaban la aridez de
tierra en chapoteo y barro, pero era otra cosa.
A nuestra
espalda queda Aremd, los montañeros apuntamos en dirección al Refugio del
Tubkal, bajo las montañas del fondo.
Superados
los campos de manzanos, el sendero se estrecha en una verde ladera
por donde cae el monte; a nuestro alrededor, nogales sin cuento bajan
desde lo más alto hasta el valle por el que transcurre el río Ait
Mizane del que hoy apenas vemos agua, semeja más un ancho río de
diminuta piedra. Cuidadas colmenas donde trabajan las abejas en
flores transformadas. Suena el agua, dirigida en cascada hacia una
huerta que le toca regar según el turno que la gente del pueblo
tiene establecido para su aprovechamiento. En estas tareas
“generales” vemos a algunos hombres; las mujeres trabajan los
huertos con más mimo, siegan grandes fejes de hierba verde y lo
acarrean hasta el pueblo a su espalda, para alimentar el ganado;
ninguna mula ni burro en estas tareas, las mulas están reservadas
para el Tubkal y otros destinos turísticos.
Aremd
ha quedado atrás. Desde el valle zigzaguea en ascensión el sendero
que trae a los montañeros del pueblo de Imlil. El sendero al Refugio
queda unido en uno solo. Enseguida encontramos un puesto de
avituallamiento: caseta construida en el hueco de una roca, sombreada
en techado de cañas y con agua por todas partes, siempre muy bien
aprovechada. Viajamos a la sombra de las cumbres, a nuestra derecha
suena profundo el agua del Ait Mizane; a esta altura, la montaña
tiene una concurrida población de sabinas. Nuestro paso es más
lento, Brahim el brioso guía se adelanta y nos espera
disimuladamente mientras conversa con otros guías, con algún
mulero, con los sucesivos puestos de avituallamiento.
Nos
adelantan las mulas mientras contemplamos, desde la distancia, la piedra blanca
de Sidi Chamharuch.
Cruzamos
un puente sobre el río, nos adentramos en la población arropada en
el entorno de Sidi Chamharuch. Es este un espacio de peregrinación
para los musulmanes, aquí habitó el santo que da nombre al lugar;
la cueva de su resguardo es hoy una gran roca blanca visible desde la
distancia, a su lado edificaron una recogida mezquita. El santo es
venerado por los fieles que acuden a él para implorar diversidad de
soluciones ante los variados problemas de la vida. Quienes no somos
de religión muslim tenemos que conformarnos con pasear por los
puestos de venta, sentarnos en una de sus tiendecillas a tomar un té
o continuar la marcha con respetuosa contemplación. Cada agosto se
celebra el mussem dedicado al santo que tutela y cuida de los Ait
Mazane, tribu bereber (Tamazight) que se extiende por el valle. Para
entendernos, el mussem es una especie de romería donde se mezcla lo
religioso, cultural, comercial, encuentro de gentes para honrar y
venerar al santo.
Conjunto
de Piedra Blanca, mezquita, casas y tiendas. La gran roca blanca deja
espacio bajo ella para la gruta en que estuvo Sidi Chamharouch y un
recinto de paredes octogonales. Junto a la gruta, dos pequeñas
habitaciones con una fuente sagrada y una pequeña bañera para que
los peregrinos se bañen y puedan así librarse mejor de los males
que han venido a quitarse.
A
partir de aquí, se nos ha metido el sol con la fortaleza de esta
mañana de julio; una empinada cuesta serpenteante nos hace ganar
unos cientos de metros en poca distancia; la marcha se hace más dura
y nuestro incansable guía no disminuye el ritmo, nos distanciamos,
nos espera. Han desaparecido las sabinas; nos adelantan más muleros
con su carga; nuevos chiringuitos de avituallamiento; el sol plomizo
sobre la fatiga silenciosa de los montañeros; a nuestra izquierda el
sonido de algún rebaño de cabras, el sonido dulce del agua del
Assif n'Isuguan afluente del río Ait Mizane; a nuestra derecha el
silencio caliente de la ladera del monte Aguelzim.
Desde una pequeña loma vemos los
refugios y se nos alegra el alma.
Desde
una pequeña loma vemos los refugios y se nos alegra el alma. El
primero que se construyó en mil novecientos treinta y ocho lo
llamaron Neltner, como reconocimiento al geólogo y explorador Louis
Neltner. Posteriormente, en mil novecientos noventa y siete, se
proyectó y realizó una remodelación y comenzó a llamarse con el
actual nombre, Refugio Toubkal. Hemos llegado a tres mil doscientos
siete metros de altitud, el cuerpo cansado liberado el espíritu.
Inmediatamente antes se sitúa el Refugio Les Mouflons, construido
con posterioridad. En el mismo cogollo, otro tercer Refugio sirve de
albergue a gruías, cocineros y diversidad de acompañamiento que
trabaja en esta múltiple tarea turística del Alto Atlas.
Este
grandioso espectáculo reconforta el volátil espíritu, un té
caliente reconforta el cansado cuerpo.
Javier Agra.
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