martes, 15 de julio de 2014

MONTE TUBKAL: SUEÑO DEL ATLAS

¿Recuerdas, amable lector, cuando en la infancia estudiabas las montañas más grandiosas del mundo? Fue entonces cuando me asombré por primera vez de aquella inmensa cordillera de “dos mil cuatrocientos kilómetros”... el maestro extendía sus brazos cuanto podía y nos añadía imágenes de lugares inmensos. “Más grande que todos los pueblos juntos que habéis visto”... los niños habíamos viajado ya hasta Boñar y Cistierna, alguno ya había llegado hasta León... “Pues el Atlas es mucho más grande” Mi mente infantil recorría imágenes de los mozos que se subían al tren en marcha porque le faltaba aliento para subir las cuestas más allá de Valdomino y La Mata Reguera. Yo mismo, más tarde, al volver de Bilbao, me arriesgué a tirar la maleta y saltar del tren aprovechando algún repecho en que el viejo tren de carbón surcaba las vías con ronquido lento. Pues el Atlas era más valiente que todos mis sueños.

Un lugar en el camino hacia el Refugio donde pasaremos una noche antes de subir al Tubkal “la tierra que habla”


Aquella noche yo soñaba con alas y recorría alturas lejanas, donde las personas conversaban en otros idiomas. El Atlas hacía nido en mi mente... la Cordillera fue poniendo nombres en el corazón... y sobre todos el Tubkal con más de cuatro mil cien metros de altura. Mi primera pregunta era aún ¿cómo resistían nuestros padres tantas horas dentro de la mina de carbón? La segunda pregunta ¿cómo sería el Tubkal visto desde su cima? Rojizas tierras resecas, profundos valles fértiles, alcaudón real en escondido vuelo, lavanderas de colorida y amplia cola revoloteaban por mis sueños. ¿Por qué detrás del Atlas se extiende del desierto? Yo imaginaba al gigante Tubkal con sus hermanos gigantes absorbiendo las nubes del entorno, se quedaba con sus lluvias y dejaba al Sahara vacío de agua.

Más tarde, llegó mi adolescencia, se cerraron las minas de carbón y mi primera pregunta se transformó en dolor, fueron años de emigración, de pueblos que pasaron a ser soñados... nacieron otras preguntas para envolver aquellos sueños del Tubkal. Ahora ya había aprendido que el Atlas atravesaba Túnez, Argelia y Marruecos, en un deseo soñado de sacar el Mediterráneo hasta el Océano Atlántico en un vuelo sobre el pensamiento de los humanos. Sabía que en Marruecos están los picos más altos, coronados por el Tubkal que, pese a su gigantesco tamaño, ocupa el puesto número quince entre las alturas del continente africano que inicia esta lista con el grandioso Kilimajaro. Aprendí que tenía nieve la mayor parte del año, la nieve siempre me fue familiar, incluso vivía largos meses en el corral y a las puertas de la casa de mi infancia en Acisa de las Arrimadas.

Paisaje vivo y brutal, en las cercanías de Sidi Chamharuch.



Hoy, con sesenta y dos años cumplidos, puedo recopilar recuerdos, recoger sueños, construir futuro en esa amalgama que amasa el tiempo. Cruzar a Marruecos hoy es el vuelo de un momento. Llegar a la cumbre del Jebel Tubkal puede superar el umbral del sueño para hacerse real. Ahora, sentado entre los recuerdos y la mochila, cierro los ojos y contemplo la rudeza del período mesozoico de hace sesenta y cinco millones de años cuando los sueños se soñaban aún a ellos mismos entre ronquidos constructores de la tierra que yo estoy ahora contemplando desde el avión camino de Marrakech. Con sesenta y dos años cumplidos he llegado al cercano Marruecos para adentrarme unos días en el Parque Natural del Tubkal e intentar llegar a su cumbre, desde el respeto, el silencio, el esfuerzo. En bereber Tubkal viene a significar algo así como “la tierra que habla” “aquel que cree en la tierra” ¡qué grande es el silencio de aquella tierra y sus gentes! ¡qué profundidad en la mirada de las cumbres y las gentes que habitan sus laderas! 

Javier Agra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario