En los parajes
sublimes del Pirineo, el montañero tiene tentaciones de quedarse absorto
trescientos años observando y absorbiendo relajada paz, hermosura cambiante,
como un moderno Virila. Pero cualquier jornada exige largas caminatas y el tiempo
de luz, aunque amplio en verano, es limitado. De modo que salimos del Refugio
de Góriz, con ánimo de llegar al autobús de Ordesa, antes de las nueve y cuarto
de la tarde, que sale el último hacia Torla.
La Cola de
Caballo es el límite que separa a los aventureros paseantes de los montañeros. Vista desde la Faja de Pelay.
Desde las paredes del Circo de Soaso, antes de bajar a los Llanos, volvemos por la Faja de Pelay. Hoy ya llevábamos varias horas de
marcha, pero queríamos admirar el valle desde su altura. El camino está muy
bien marcado, de inmediato nos encontramos camino adelante entre la fronda de
pinos que nos acompañarán toda esta ligera subida. Pero ¿qué es el tiempo para
estos montañosos valles? Desde la era secundaria, allá por el Mesozoico y
durante el terciario Cenozoico llevaba el antiquísimo mar preparando su
subsuelo tectónico para estallar en esta complicada hermosura de orografía
alpina que se formó hace más de treinta y cinco millones de años. Imaginar el
ímpetu constructor de la tierra es fortaleza para continuar con nuestra breve
marcha por la montaña.
Alturas del
Valle de Ordesa.
Los montañeros
saludamos a las plantas del lugar: la vistosa caléndula a la que se llama
corona del rey; la resistente oreja de oso que asoma entre los huecos de las
rocas y dicen que es una planta revividora pues vuelve a brotar cuando parece
que ya no tiene vida. Los lirios de la montaña, altaneros narcisos, bulbosas
merenderas que ofrecen su azulado brillo en insólitos paisajes. Bajo nuestro
camino, los pinos y las hayas de frondosa iluminación multicolor que iluminan
de múltiples farolillos esta hora de la tarde.
Abajo en el
valle, el río Arazas cuenta canciones de agua y cascadas. Arriba las cumbres se
ensanchan en el Circo de Cotatuero, las cumbres dibujan la Brecha de Rolando y aún
nos parece escuchar al caballo relinchar antes de saltar sobre sus perseguidores
y romper el muro de piedra con su espada Durandarte. A su derecha están los
Picos del Casco y la Torre.
Circo de
Cotatuero con la Brecha de Rolando, el Casco y la Torre.
Diversas
familias de águilas desafían las cumbres y sobrevuelan silenciosas sobre
invisibles presas que se dibujan en sus pupilas y nosotros, cansados
montañeros, no acertamos a ver aunque nos detenemos con ánimo de encontrar
comadrejas, marmotas o algún animal para poder asombrarnos con la vista de animales
igual que estamos extasiados ante las plantas. Una pareja de acentor ha
entendido nuestro deseo y revolotea en nuestro rededor a sabiendas de que somos
amistosos montañeros sin ánimo de agraviar su ondulante ir y venir.
Mirador de
Calcilarruego.
La marcha por la
Faja de Pelay concluye en el Mirador de Calcilarruego. Una parada para
contemplar las praderas que bajo nosotros acogen multitud de paseantes en el
lugar al que llega el autobús, para observar el esplendor del Circo de
Cotatuero y el Valle de Ordesa que, desde esta altura, se pierde en alguna
curva previa al Circo de Soaso entre las cascadas y las hayas. Un techado
refugio de madera nos grita ¡Quedaos! ¡Quedaos! Pero los montañeros sabemos que
es necesario continuar, la luz del día aún aguanta y nuestras fuerzas siempre
se regeneran hasta donde sea necesario.
La Senda de los
Cazadores es de notable dureza, más de seiscientos metros de empinado desnivel
nos pondrá en las praderas de Ordesa. De modo que comenzamos el descenso, con
voluntad y calma. La Senda de los cazadores es dura, pero también se termina.
En la montaña aprendemos a tener paciente calma, también la dureza de la vida
tiene final. En este caso el final fue feliz.
Javier Agra.
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