Además de los variados cordales
por los que transitamos los montañeros, la Sierra de Guadarrama tiene
diferentes cimas exentas con frecuencias ocultas por la deslumbrante brillantez
de las altas cimas. Son un tesoro de fantasía y sosiego, de senderos sinuosos y
musicales, de paz y ambrosía; excelentes miradores desde los que divisamos
renombrados picos del Guadarrama, Ayllón y aún Gredos.
Cabeza Arcón desde
el lugar donde aparcamos el coche.
Cabeza Arcón está en
este grupo de pequeñas cumbres que podemos recorrer por separado en solazados paseos
o bien combinar para que resulte una jornada de mayores dimensiones. Cerro de
los Canteros, Cabeza Cristiana, el Pendón (acaso la cima más visitada de la zona
por ser la más escarpada y de un poco mayor exigencia montañera), son algunos de los puntos de cumbre por los
que podemos disfrutar de una bella jornada de montaña.
En el kilómetro doce y
medio de la carretera de Miraflores a Bustarviejo, hay un aparcamiento desde el
que comenzamos a buscar y encontramos un amplio camino que baja por la falda
del monte hasta encontrar un cortafuegos al que accedimos deseosos de culminar
Cabeza Arcón; puede ser un poco engorroso el citado cortafuegos con la tierra
humedecida por la continuada lluvia de estos pasados días, pero los montañeros
sabemos encontrar senderos secos juntos a los pinos.
Nuestra cima
elegida no tiene pérdida, es siempre hacia arriba como el futuro y la vida que
son cumbres a construir. En medio de nuestra ruta conviene detenerse para
admirar las montañas circundantes, para escuchar a las aves. En este roquedal
anida una familia de águilas que nos recibió con lastimosos quejidos, vieron
nuestra cordialidad mientras conversamos con ellas y nos despidieron con vuelos
y acrobacias de ánimo.
Terminó el cortafuegos
que no los pinos. Sobre una planicie de hierbazal y roca nos paramos a
contemplar la armonía de luz y silencio, de brillo y serenidad que se extiende
por la Sierra, por el horizonte, por la respiración y las venas de la tierra;
allí era el éxtasis y la quietud, allí el encuentro entre la sonrisa del alma
enamorada y la libertad de fantasía que construye fortaleza para añadir al
calendario de la vida.
Y
llegamos a la cumbre. Mil quinientos cincuenta y ocho metros de aire y de paz
sobre el nivel del mar, de relajada pausa y de futuro trabajado sobre el nivel
del mar, de esfuerzo y sosiego sobre el nivel del mar.
Y en la
cumbre nos sentamos a contar las hazañas de la tierra y de los siglos, de la
nieve y las estrellas, de las semillas y del agua. Y en la cumbre conversamos
cuerpo a cuerpo con el sol y con las nubes para rogar y tal vez para exigir la
fortaleza y la paz. Y la cumbre que callaba entendía la palabra y la esperanza
de un futuro feliz para todas las personas de la tierra.
Descendimos, entre pinares y piedras a las que nombramos
con nombres ya olvidados, con el valle del Badén a nuestros pies, hasta un
collado donde dimos cuentas de la fruta y otros manjares en forma de frutos
secos, regado todo con exquisita agua y sublimes pensamientos.
Estamos en el
Collado desde el que comenzamos el descenso hacia Bustarviejo en un camino
circular. Un rato después llegamos al GR-10 y cerramos el círculo de este
bellísimo recorrido alejándonos del pueblo en ligera subida hasta el lugar
donde nos aguardaba el coche entre la paciencia y los suspiros.
Javier Agra.
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