Desde el parque de mi
barrio vemos el Cerro de San Pedro. Cada vez que salimos de Madrid observamos
el Cerro de San Pedro. En nuestros viajes a la Sierra pasamos ante el Cerro de
San Pedro. Sola y aislada frente al Guadarrama, yo no había estado nunca en la
cima de esta pequeña montaña tantas veces nombrada y admirada.
Desde el Cerro de
la Prestancia te muestro, amigo lector, la zona cimera del Cerro San Pedro. El
recorrido trascurre junto a esta valla de piedra.
Como en esta vida todas las cosas tienen su momento, también ha llegado el día y la ocasión de subir al Cerro de San Pedro que hoy no será objeto de nuestras miradas mientras pasamos de largo en nuestro camino a la Sierra para hacer cumbres más altas. El Cerro de San Pedro es hoy nuestra cumbre. De modo que Jose y yo nos montamos en el coche y nos plantamos en el kilómetro siete y medio de la carretera de Colmenar a Guadalix. Desde este aparcamiento junto a una antigua casa de peones camineros comenzamos la ascensión.
Está bellísimo el campo
estas tardes de final de abril. Las insistentes y copiosas lluvias han llenado
de brillantes colores, de fértiles laderas, de musicales arroyos nuestros
prados, colinas, cerros, cabezos, cumbres. Junto a la antigua caseta de
camineros está la cerca señalada como paso hacia la finca por donde iniciamos
la subida.
Grupo de enebros
en el camino hacia el Cerro de San Pedro.
Es solamente subir y
subir. Lo demás será poesía pues no necesitamos más atención ni brújula ni mapa,
sino continuar la senda y disfrutar del aire y las palabras libres que el
camino susurra a los paseantes. El sendero va cantando la lección: mi tierra
fue gneis como puedes ver en las rocas que se apilan acá y acullá; atended a
este grupo de enebros que encontraréis tras la curva del Alto del Mojón que
ahora viene, no pienso mostraros más árboles.
Nos sentamos sobre
las rocas del Cerro de la Prestancia.
Al Cerro de la Prestancia
llegamos tras una “fuerte” subida. El Cerro de la Prestancia merece una breve pausa,
la tarde está brillante de luz y aromas de primavera. Los dos montañeros, también
hoy somos montañeros pues estamos ascendiendo la montaña admirada tantas veces
y queremos que mantenga su belleza y dignidad
aunque no sean más que escasos cuatrocientos metros de desnivel, nos detenemos
y aún nos sentamos sobre las rocas y en medio de la pradera de tan prestoso
nombre.
En esta amplia nava, un
grupo de vacas y terneros de brillante pelo amarillo no se molestaron por
nuestro paso y continuaron ora en el pasto ora en la siesta, según fuera su
gusto. Un segundo repecho nos dejó a la vista de la cima del Cerro de San Pedro,
coronado por una misteriosa atalaya que acaso en otros tiempos sirviera como
punto de señales de este lugar muy visible desde largas distancias.
La cima está
coronada por una atalaya de piedras. Sobre ella el vértice geodésico abraza
diferentes municipios de Madrid y abraza a todos los pueblos de la tierra.
Una cerca de piedra nos
acompañó desde el inicio, la cruzamos dos veces sin tener que hacer ningún
esfuerzo. De ellas la primera tiene un obstáculo acaso de treinta centímetros,
la segunda se cruza a paso llano. Llegados, como dicho tengo, a la cima y su vértice
geodésico, disfrutamos largos minutos de las vistas que rodean este Cerro, que
son muchas y de delicioso sosiego. En su vértice se abrazan los municipios de
Colmenar Viejo, Guadalix, Miraflores de la Sierra, Pedrezuela y en ellos toda
la tierra que no entiende de fronteras.
Mirada descansada
hacia la Sierra de Guadarrama, La Pedriza, Cuerda Larga, La Cabrera,
Mondalindo, la Morcuera, embalse de Santillana, Ayllón, Abantos y alturas del Escorial
que da paso a Gredos, las obras del ave que se traga la tierra, llanuras de
Madrid…
Nada dejamos escrito en
el buzón que tras la atalaya guarda un cuaderno de apuntes; aquí escribo lo que
estás leyendo amigo lector, en el corazón dejo señalado el recuerdo cariñoso de
una tarde de final de abril sosegada y placentera.
Javier Agra.
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