“…recíbeme en tu
cumbre,
recíbeme, que
huyo perseguido
la errada
muchedumbre…
y do está más
sereno
el aire me
coloca, mientras curo…”
“Al apartamiento”
Fray Luis de León.
Se agranda la poesía y
el corazón por la agreste naturaleza de estas montañas de cualquier parte de la
tierra.
Las Dehesas de
Cercedilla, son punto de partida para muy diferentes marchas en cualquier época
del año, para el tiempo que cada persona quiera emplear y el espacio que se
desee recorrer.
Esta mañana cruzamos el
arroyo de Majavilán que da nombre al último aparcamiento de los coches… los
helechos están reblandecidos por el agua insistente de estos días y caducos por
la época del año. Inevitablemente terminan su ciclo de vida, caerán para ser
abono de otros nacimientos desde los rizomas que permanecen bajo la tierra y
desde las esporas que el viento ha extendido. Los helechos saben que la muerte
y la vida son alegrías compartidas por la misma experiencia de la existencia
interminable.
El pino
retorcido del Pollal de Majalaosa es parada de admiración e inicio del sendero
que sube al Collado de Marichiva.
El Camino Viejo de
Segovia llena nuestro corazón de rumores antiguos, así nuestro presente se va
fundiendo con la historia del pasado. Llevamos ya un tiempo de recorrido hasta
encontrar la senda de Majalaosa que subirá al Collado de Marichiva. Los pinares
ensanchan una graciosa explanada para formar el Pollal de Majalaosa. Los
montañeros detenemos nuestro paso para buscar algún nido que pueda ser vivienda
de los pollos de las aves que por aquí abundan; los montañeros sabemos que no
es época de nidada pero albergamos la emocionada posibilidad de encontrar algún
resquicio de lo que fue vivienda de las aves. Ningún nido a nuestra vista. Pero
en nuestro corazón anidan el sosiego y la serenidad de la brisa entre los
pinos.
Superado el
Pollal de Majalaosa, la vista nos regala este juego de verdor, montaña, niebla
en risueño y entrañable baile de paz.
Desnuda el alma de toda
tristeza y arropado el cuerpo ante la fortaleza del viento y el espesor de la
niebla, llegamos al Collado de Marichiva. Paso a paso la calma otoñal de la
límpida montaña va limpiando los arrugados ceños del corazón; paso a paso se
van calando nuestras ropas de la humedad recogida en las ramas de los pinos y
así traspasan a nuestra vida la luz no corrompida de la ascensión serrana; paso
a paso entre los cambroños hacia la Peña Bercial se mezcla nuestro sudor con la
lentitud de la tierra que sabe esperar días y meses hasta que vuelvan a brotar
nuevos tallos de la tierra.
Entre la Peña Bercial y
Cerro Minguete la niebla nos encerró con esa luminosidad opaca que deja dormido
el paisaje y pone luces en el interior del corazón. Sobre la nieve de estos días
de otoño nuestras pisadas se mezclan con otras pisadas de humanos, con huellas
de animales ungulados, de pequeñas pisadas de aves que buscan alimento entre la
nevada. A veces perdemos el sendero, a veces necesitamos imaginar la ruta, pero
siempre seguimos con certeza al compañero que hace de guía y nos lleva a Cerro
Minguete.
En Cerro
Minguete la niebla nos encerró en una luminosidad opaca.
Son tantas veces las
que hemos recorrido este camino que aún entre la niebla podemos imaginar el
Puerto de la Fuenfría hacia el que bajamos, con sosegada calma para seguir
unidos, todos los componentes del grupo. El espíritu navega por este frondoso
mar de dulzura y en el abrigo amoroso de un corro de pinos hacemos una parada
para el yantar entre el reposado y ameno conversar.
Diversos arroyos
cruzan a nuestro paso por el Camino Viejo de Segovia. El otoño entrega su
brillante colorido al montañero.
Desde el Puerto de la
Fuenfría regresamos por el Camino Viejo de Segovia hasta el punto de partida en
el Aparcamiento de Majavilán.
Javier Agra.
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