martes, 6 de abril de 2021

CHORRERA DE MOJONAVALLE


En las cercanías de Madrid podemos visitar con cierta facilidad hasta trece cascadas con nombre propio, en paseos relativamente cómodos y siempre atrayentes. Una de ellas es la Chorrera de Mojonavalle en el arroyo del Sestil del Maíllo.

Salimos de Madrid con el sosiego de la mañana ya comenzada, atrás queda Miraflores de la Sierra, enfila el coche las curvas y pendientes hacia el puerto de Canencia entre bosques de roble y de pino. Unos metros antes del kilómetro ocho, ya en la cima del puerto, se encuentran diferentes aparcamientos para dejar el coche y comenzar a caminar.

Sale una pista forestal muy visible por su amplitud y cuidada presencia, jalonada además por una notable fuente de piedra. Señales, todas ellas, que no dan pábulo a la desorientación. Por el sosegado sendero avanzamos y he aquí que la atención nos desvía entre los pinos del ribazo de la derecha hasta topar nuestra vista con una construcción a modo de palloza o acaso recreación de alguna antiquísima vivienda de los primeros carpetanos que por aquí vivieron hace siglos, cuando guerreaban con sus vecinos vetones.


 Comienza la ruta en el edificio del centro de educación ambiental El Hornillo.

Volvemos a la senda y pronto encontraremos otros desvíos hacia nuestra derecha y nuestra izquierda, nosotros los dejamos y continuamos hasta el edificio del centro de educación ambiental el Hornillo. Ahora sí comenzaremos a caminar sobre la marcada ruta que baja junto al techado de mesas y asientos.


 La chorrera de Mojonavalle aparece treinta metros sobre nuestras cabezas.

El sendero apunta las primeras hayas y algún acuífero que puede enfangar el cuidado sendero que acompaña la ladera entremetiéndose hacia la izquierda mientras contemplamos la belleza de las cumbres del Pico del Nevero, de los que tienen nieve el que está más a la derecha, del puerto de Malagosto y sus compañeros cerrando la vista del fondo. El sendero se hace maravilla y entusiasmo, pronto comenzamos a escuchar sonidos de agua, al salir de un recodo descubrimos majestuosa la cascada o los chorros que bajan de las cimas de Mojonavalle en una caída cercana a los treinta metros de brillo y resplandor en este sol de primavera.

Continúa la senda serpenteando en dirección a la parte más baja del valle, el arroyo del Sestil del Maíllo sirve de referencia a esta tendida senda, entre abundantes abedules, numerosos tejos, reconocibles abetos…para solaz de la vista, serenidad del cuerpo, sosiego del alma (aquí reseño, como nota, que algún día realizaré unos apuntes sobre “el sosiego” tomando como referencia el libro de “Don Quijote” en sus dos partes). 

El abeto de un tamaño inusualmente grande, es uno de los dos árboles singulares que encontramos en el recorrido. Lo flanquean un joven tejo y un abedul cerca del agua del arroyo Sestil del Maíllo.

 

Así llegamos nuevamente a la carretera que continúa desde el puerto hasta el pueblo de Canencia, también aquí hay un espacio para aparcar algún coche. Unos metros antes encontramos uno de los “árboles singulares” como titula la Comunidad de Madrid a unos cuantos árboles de diferentes especies y por variadas razones, éste es un madroño de altura inusual.
 
Este tejo es el otro "árbol singular" por su vida varias veces centenaria. Da la sensación de ser un inmenso manojo de troncos hecho un solo árbol.
 

Para continuar el recorrido según la senda marcada, salimos a la carretera y ascendemos tal vez doscientos metros en dirección al puerto. A la derecha de nuestra subida encontraremos un madroño solitario, el camino regresa ascendiendo por la ladera del monte, enseguida nos encontraremos con el otro “árbol singular” del recorrido, en esta ocasión un viejísimo y voluminoso tejo.


 Abeto solitario que muestra el inicio del sendero desde la carretera.

La vegetación es muy abundante de modo que la sombre está asegurada durante todo el trayecto, que el paseante puede alargar todo lo que su voluntad desee. Nosotros en dos horas y media paseamos, nos solazamos, respiramos, comimos, hicimos fotografías, escuchamos a los pájaros, conversamos con otros viajeros, volvimos al coche…

Javier Agra  

 

 

 

 

 

 

 

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