miércoles, 16 de febrero de 2022

JABALÍES EN EL PARDO


Próximo a mis setenta años, paseo con mucha frecuencia por el Monte del Pardo. Con frecuencia encuentro huidizos conejos y multitud de inalcanzables aves que no tienen el menor recelo de quedarse mirando mi paso sin ninguna preocupación, acaso sepan que no soy depredador; la vida me ha dado otros recursos y encuentro a diario el alimento necesario sin tener que recurrir a las tretas de otros lugares y otras épocas.


Algún lugar del Monte del Pardo desde donde me detengo a contemplar la vida interior y también la nieve de la Sierra de Guadarrama al fondo en la Cuerda Larga.

Pocas veces he visto al jabalí en la ruta de los paseos que frecuentamos paseantes y ciclistas. La primera fue cuando aún nos acompañaban Munia y Pipa, de estos hace ya más de ocho años seis meses y catorce días. Alguna “perrería” había hecho Munia pues era un jabalí que venía persiguiendo a la perra quien nos salió al camino. Reaccionamos con aspavientos y sonidos guturales cual primitivas hordas, el jabalí que se vio en minoría salió huyendo.

La última vez, fue esta mañana. No pocas veces abandono los senderos establecidos en el Monte del Pardo y me adentro en busca de “aventuras” que normalmente terminan en algún arañazo y el descubrimiento de algún nido con huevos o polluelos, según sea la temporada. Hoy también seguí los rastros bien marcados de diferentes sendas de jabalíes, así he visto sus lugares preferidos para dormir, la amplitud de algunos escondidos claros en medio de las encinas, las camas aún calientes entre las jaras y los jaguarzos.


Jabalí de buen tamaño, como el que me encontré esta mañana. La fotografía está tomada de algún lugar público y común. El de esta mañana, me pidió que no sacara su imagen.

Normalmente voy silencioso porque he aprendido que cuando necesito un lugar escondido a donde ir, busco mi silencio y el palpitar sereno de mi corazón como espacio seguramente más escondido. Allí nos sorprendimos el gran jabalí y yo mirándonos frente a frente, sin ningún temor uno del otro. Sus pequeños ojos me miraban y seguramente me identificaba más por el olfato que por la vista.

Se movió unos metros y se parapetó tras unas encinas. Enseguida comprendió que yo no era Meleagro en la cacería de Calidón ni tampoco Hércules por la montaña de Erimanto, no pasaba de ser un simple paseante que resoplaba apartando ramas para buscar una salida en medio de aquel monte escondido a donde había llegado siguiendo rastros y pisadas de jabalí.


Encina del Monte del Pardo en época plena de bellotas. Seguramente es el sueño de más de un jabalí.

Nos miramos uno a otro como en un espejo con nuestros pequeños ojos asombrados en medio del silencio de la naturaleza y de la vida. Allí compartíamos el aire que respiramos, el sonido intermitente de las aves, la suave musicalidad de las hojas y las briznas de hierba. La extrañeza de un humano en su ambiente le hizo preguntarse si existirá algún lugar seguro donde no sea perseguido. Le comenté que por mí, no tenga ningún temor, yo solamente estaba buscando la sonrisa del jabalí para incorporarlo a los recuerdos vividos por mi soledad.

Seguimos nuestros respectivos caminos entre árboles retorcidos, entre huras y matorrales, entre brisas y silencios, entre la ensoñación del paisaje y el misterio del futuro.

Javier Agra.

 

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