Sobre mi bicicleta
estática me voy a llegar, una vez más, a la Pedriza que es una rocosa montaña
de montañas de sensaciones. Desde Canto Cochino las posibilidades de paseo son
innumerables, de modo que comienzo a dejar atrás las arizónicas del más
frecuentado camino hacia el Collado Cabrón, que se llama así porque antaño
había rebaños de cabras. Según el nivel de exigencia montañera de cada persona
se puede elegir una u otra ruta, todas conducirán al asombro del corazón, a la
serenidad del pensamiento, a la anchurosa sonrisa de cuerpo y alma.
Sobre la ladera, al
otro lado del Arroyo de los Poyos, ha quedado el refugio Giner y Peña Sirio, el
Chozo Kindelán sobre esta ladera, el Pájaro imponente roca de escalada, la
vereda sinuosa y escondida que lleva hasta el Cáliz… Comienza la subida más
abrupta hacia el Jardín de la Campana, arropado por los riscos conocidos como
La Vela, El Pajarito, La Campana, manos
y pies para aferrarse a los pasos conocidos y expuestos. Enjugo el sudor de la
subida con la belleza del remanso en cada nuevo amplísimo escalón.
Voy canturreando la Quinta
Sinfonía de Tchaikovski que expresa la voluntad de vivir, con música de fagots
y clarinetes arropados por instrumentos de cuerda; caminando por estas
oquedades parece que vamos aclarando que no es el destino y sus caprichos el
guía de nuestra vida, es la fortaleza, el deseo, la fe quien nos anima a
caminar siempre entre el sonido de trompetas y trombones. Como en la Quinta
Sinfonía de Tchaikovski el final de todos nuestros senderos siempre será un
final abierto porque la vida tiene multitud de rutas para elegir igual que toda
la música y todo el arte nos dejan libertad de elección entre diferentes caminos
y diversas opciones.
La fotografía muestra, magnífica e imponente, La Diligencia con el
cochero sobre el pescante, los bultos sobre la baca en la parte alta del
carruaje, la vara sin caballos pues se han ido a pacer a esta hora.
Sed felices y buscad la
PAZ, amables lectores. Os abrazo.
Javier Agra.
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