miércoles, 12 de junio de 2024

MONTE DEL PARDO, BOTÁNICA III


Tengo suerte de adentrarme por las encinas del Pardo un kilómetro y setecientos metros después de salir de mi casa. Cuando hicieron el Campo de Golf de la Real Federación Española, dejaron un sendero para que pudiéramos acceder sin mayor dificultad. El Monte del Pardo tiene sus subidas y descensos que, a pie para quien hace montaña, son relativamente sencillas de transitar; las personas que hacen recorridos en bicicleta necesitan hacer mayores esfuerzos, seguramente. 



Una encina del Pardo. Cuando son pequeñas, sus hojas están protegidas con unos pinchos a modo de diminutas espadas para defenderse de sus depredadores. Esta enorme encina florece en amento antes de producir multitud de bellotas para solaz de los jabalíes que aparecen al caer las primeras sombras de la noche. 

Innumerables encinas pueblan este enorme espacio de poco menos de dieciséis mil hectáreas. Yo me detengo a conversar con varias de ellas por diferentes motivos, principalmente con una que resiste con energía pese a llevar más de una decena de años con el tronco hueco pues ha entregado su sabiduría a los viajeros, su energía a las aves, su vitalidad a los animales, su entraña entera a la naturaleza y al futuro. 

Con otras encinas pobladas de bellotas converso sobre mi infancia en la aldea de Acisa, León. En las encinas de aquellos montes descubrí, siendo niño, más de un nido de águila que visita con otros niños del pueblo siempre sin tocar ni sus huevos primero ni sus polluelos después, para que los padres águilas tuvieran tranquilidad y no “los aborrecieran”. Las bellotas de encina eran nuestro manjar durante el tiempo de navidad y aún gran parte del invierno; la bellota de encina tiene una pulpa con un cierto dulzor que sustituía las castañas que no llegaban al pueblo y el turrón del que no habíamos oído ni hablar.   


Cardo borriquero 

¡Ay, el Cardo! Cuántas connotaciones tiene y en su mayoría peyorativas. Es como el antagonista de la amena margarita, son de la misma familia. Cardo mariano: Así llamado por la sustancia “silimarina” que contiene y es medicinal en diferentes versiones tanto antioxidante, como para regular el colesterol, o ayudar en diversas funciones del hígado entre otros usos medicinales. Cardo borriquero: Se le nombra en latín como Onopordum acanthium “pedo de burro”, pues según Plinio el Viejo producía tales flatulencias cuando los asnos lo comían con ansia. Acanthium= espinoso. Silybum eburneum es un cardo con largas espinas. 


Bellardia trixago, hermosa como el canto del gallo al rayar la aurora, elegante y vistosa planta como boca de dragón. 

Bellardia trixago: Conocida popularmente como Cresta de gallo y también Boca de dragón. La encontramos en herbazales, pastizales efímeros, cunetas... dando colorido a esta desolada tierra, es un canto de ilusión y vida en medio del ocre y el desaliento. Sus semillas son de color pardo claro. Es semiparásita pues completa su alimentación chupando nutrientes del suelo y de otras raíces. Muy utilizada para la obtención de perfumes. 

Eneldo: Esta planta medicinal muy recomendada como cultivo en las tierras de Carlomagno. Ya la cita el evangelio de Mateo 23, 23 como ofrenda sacerdotal. Hierba muy utilizada en nuestros condimentos alimenticios. Estragón: de anisado aroma su nombre científico es Artemisia en honor a Artemisa, diosa de la caza y de la salud. A mí Estragón me suena como personaje de eterna espera a Godot, junto a Vladimir en la obra de teatro “Esperando a Godot” de Samuel Beckett (Dublín 1906 - París 1989). El aromático Romero, de azulada flor, atrayente para las abejas y para los platos guisados. Tomillo...  

El monte del Pardo es silencio y sosiego, hasta las aves enmudecen tu gorjeo para escuchar el palpitar pausado del caminante... 

Javier Agra 

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