viernes, 28 de junio de 2024

MONTE DEL PARDO, BOTÁNICA V

 

La solemnidad de las encinas con sus iniciales bellotas permite paseos sosegados por el Monte del Pardo en días de abundoso calor y también en los días de fina llovizna. En toda circunstancia, el corazón del caminante se endulza y llena de aliento y vigor. Cuando termine esta última entrada dedicada a su “botánica”, me quedarán muchas especies por nombrar pues su número es abundantísimo y mi conocimiento, relativo. Pero también es verdad que mi cariño y agradecimiento al Monte del Pardo está más allá de las palabras, es un sentimiento de unión que recorre las entrañas y el alma entera. 



Gamón blanco sobresaliente en medio de una pequeña pradera del Monte del Pardo. 


Gamón, Asfódelo blanco: también conocido como gamoncillo o barita de San José es una planta esbelta coronada de flores blancas en primavera, visible en medio de las pequeñas praderas del monte y aun asomando entre las jaras o a la sombra de las encinas. Ya los griegos la tenían como la flor del tránsito al reino de Hades, más allá de la laguna Estigia; a la diosa Perséfone se la representa coronada con una guirnalda de asfódelo, como divinidad de un lugar parecido a lo que en nuestra cultura se conoce como limbo. En los pueblos donde yo comencé a nacer, los tallos se los dábamos a los gochos como parte de alimento. 

Teraxacum: conocido como diente de león y también achicoria amarga. Su tallo es muy corto, apenas se separa del suelo y muy pronto se levanta hacia la altura como un ramillete de flores coronada por sus cabecillas coloridas que parecen conversar con los paseantes. Es el “abuelo” del café pues en algún momento se utilizó como sustituto de la achicoria que en mi infancia hacía las veces del café que no teníamos. Sus hojas y sus flores son comestibles en ensaladas como si fueran acelga. Son los populares “abuelitos” que se esparcen con el suave soplo de los niños. 



Magarza 

Magarza: Así llamamos en numerosos lugares a esta humilde planta semejante en belleza y vistosidad a la margarita que se lleva todos los honores. Pero, tú, magarza, sales a nuestro encuentro en cada paseo y te sientas a nuestro lado cuando descansamos en un tronco caído al borde del camino. 

Andryala arenaria: planta herbácea de colores amarillo y blanco, semejante a las margaritas también es conocida como “flor de árnica”, nace en apretados racimos que levantan apenas quince centímetros del suelo, son visibles para los paseantes atentos que gustamos de conversar con la diminuta naturaleza. 

Esparceta: (Onobrychis Viciifolia) El crecimiento de la planta se da entre primavera y otoño. Yo recuerdo que en Acisa, el mes de septiembre los mayores segaban una buena cantidad de esparceta para dar de comer a los animales. Era más dura y resistente que la alfalfa y aprendí pronto a distinguirlas. La reserva de nitrógeno en la raíz es muy elevada y permite su supervivencia durante el invierno y el reinicio del crecimiento en primavera. De la esparceta aprendemos a estar siempre atentos a cultivar el espíritu y la mente, para surgir en cada momento con nuevo brío. Muy rica en azúcares, proteínas y minerales. Su flor es muy apreciada por las abejas. 



Malva 

Malva: “De este sueño malva y rosa / que sueña el agua del río / se van resonando en la tarde / las velas de mi navío” Concepción Méndez (Madrid 1898 – Ciudad de Méjico 1986). 


Milenrama 

Achillea Millefolium: llamada Milenrama. Achillea nombre genérico en honor de Aquiles. Se ha indicado también que el nombre proviene de la guerra de Troya, donde Aquiles curó a muchos de sus soldados y al propio Télefo, rey de Micenas, utilizando el poder que la milenrama tiene para detener las hemorragias. Soporta muy bien la sequía, siempre está feliz pese a los contratiempos. ¡Cuidar la vida! Esa es nuestra misión. Además de su utilidad medicinal, se utiliza para la fabricación de algunos licores y también como sucedáneo del lúpulo para la obtención de la cerveza. También en cosmética para la fábrica de jabones, cremas hidratantes y aún dentífricos. Cuentan que también fue popular en las artes adivinatorias. 


Acanto en flor. 

Acantus Mollis: El Acanto, seguramente por su majestuosa belleza, se ha extendido por todo el mundo pues ha sido adoptado como planta de jardines y espacios de sosiego y expansión humanas. En Grecia era símbolo de vida eterna. Es la planta que estudiamos en los capiteles corintios, de aquellos tres órdenes griegos. Una antigua leyenda atribuye su invención a Calímaco arquitecto, escultor y pintor griego que nació en Corinto y vivió en el siglo sexto antes de Cristo. Se le conoció con el sobrenombre de “descontento de sí mismo porque retocaba sin cesar sus obras. Al decir de Vitrubio, inventó los capiteles del orden corintio en circunstancias verdaderamente curiosas y que no tienen nada de inverosímiles. Habiendo muerto una joven corintia, su nodriza colocó sobre su tumba en una cesta unas copas por las que la difunta tenía marcada predilección. Después lo cubrió todo con unos tules, en torno de los cuales comenzó más tarde a hacer brotar sus hojas un acanto que había allí cerca. Calímaco, que vio el efecto, lo reprodujo en los capiteles de las columnas que elevó después en Corinto. 

Este artista, que parece ser el mismo pintor del que habla Plinio, inventó también, según el testimonio de Pausanias, una lámpara de oro cuya mecha hecha de una variedad del amianto duraba un año entero. Existe otro Calímaco, poeta del siglo III antes de Cristo, autor de himnos y epigramas. 

A esta planta también se le reconocen diferentes usos medicinales. El epíteto latino “mollis” significa, flexible, tierno, suave...  

Majuelo. Rosal. Sauce... innumerables plantas brotan, crecen, viven en el Monte del Pardo donde reposan la paloma y el rabilargo, sobre las que vigilan las águilas y los mochuelos; plantas que dan sombra a las correrías del abejaruco y la grajilla; donde anidan la graciosa lavandera, el invisible carbonero, el sonoro canario; donde huronea el zorro y ahoza el jabalí; por donde el ciervo y el gamo juegan, triscan y buscan agua... 

Javier Agra 

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