Desde el inicio de
nuestra marcha por la altiplanicie de Siete Picos, las vistas son inmensas
hacia las llanuras de Segovia, hacia los Pinares de Valsaín, hacia el Alto de
Guarramillas o Bola del Mundo, hacia la Cuerda Larga…
Este invierno está
sembrado de dudas y no se atreve a ser serenamente frío y húmedo. Aquella nieve
de los primeros días tiene que mantener aún los arroyos musicales en nuestra Sierra
ahora que camina hacia su final de estación.
Llegamos en el coche al
aparcamiento de Navacerrada cuando el sol apunta brillos de madrugada en las
cumbres y suena su violín de luz en las hojas dormidas de los interminables
pinares. Las botas están puestas, la mochila al hombro y el palo inicia un tintineo
de salida en los primeros pasos de asfalto.
Llegamos a la bifurcación
de Senda Herreros y subida a Siete Picos.
Sorteamos el remonte
cercado para resguardar las pistas de nieve, ahora en prematura decadencia
invernal, hasta llegar a la primera explanada por donde caminamos más allá de
las rocas de la Virgen de las Nieves hasta encontrar el sendero que seguirá por
la ladera hacia la Senda Herreros y la que subirá hasta Siete Picos por la que
continuamos nuestra ascensión esta mañana.
Los senderos están muy
marcados entre los pinos con diversidad de pensamiento, algunos fornidos con
sus copas enhiestas hacia las alturas, otros muestran las carencias de la vida
y se retuercen víctimas de la opresión del clima. Como en la vida misma, el
humanismo nos enseña la igualdad en raíz entre todas las personas sin embargo
aún es necesario mantenerse en la lucha y en la atención permanente hasta
conseguir la libertad, la igualdad, la felicidad completas.
El pinar desemboca en
una altiplanicie de serenidad y reposo, por la que caminamos serenamente hasta
llegar al Primer Pico que culmina en el vértice geodésico que indica la máxima
altura de nuestro trayecto.
Estoy en la cima
del Primer Pico; aunque normalmente debería decir el Séptimo, pues empezamos a contar por el otro extremo en el Majalasna. Detrás de mí, asoma el vértice geodésico y más arriba el
inmenso azul del cielo.
Los senderos continúan
entre hitos y caminos que se cruzan intentando despistar a los montañeros; en
el silencio del corazón agradecemos y admiramos a las primeras personas que se
adentraron por estas montañas y marcaron estas rutas más seguras para los
siguientes viajeros. Seguramente fallaron en diversos intentos, seguramente más
de una vez necesitaron regresar sobre sus pasos e intentarlo de nuevo. Así
conseguimos pasar bajo el Segundo Pico y más allá al pie del Tercero, entre
piedras y peldaños más o menos complejos.
Pasamos por una
serena planicie bajo el Tercer Pico y su ventana emblemática.
Desde el collado del
Segundo Pico, podemos bajar en directo hasta Collado Ventoso.
Toda la cuerda
que llevamos recorrida es de sublime vista hacia el horizonte, inmensos pinares
de Valsaín a nuestros pies, Peñalara al alcance de nuestra vista, Segovia y las
llanuras castellanas más allá… la tierra entera en el recuerdo y en el gozo del
caminar.
También podemos bajar
hacia las Praderas de Majalasna bajo el Primero de los Picos, del mismo nombre;
con ser el más bajo es el que conserva un nombre cierto, pues aunque en
diferentes ocasiones intentaron nombrar con nombres propios de botánicos
eminentes a los otros picos, siguen con su número como designación.
La senda de los
Alevines une las Praderas de Majalasna y el Collado Ventoso; no presenta
grandes dificultades, pero es un símbolo de nuestra existencia, siempre atentos
a los troncos en medio del sendero, a las rocas que cortan el camino, a
encontrar resquicios que permitan continuar el camino siempre hacia el futuro
que conocemos porque lo hemos recorrido, hacia el futuro que esperamos porque
tenemos confianza en quienes nos lo han descrito.
Llegamos a la
Fuente de los Alevines muy cerca ya del Collado Ventoso.
La Fuente de los
Alevines está muy cerca del Collado Ventoso, hasta este lugar ya han llegado
multitud de viajeros; estamos en una encrucijada común de diferentes caminos.
Desde aquí ya nos encontramos con muchos paseantes en nuestro regreso por el
Camino Schmidt hasta llegar de nuevo al aparcamiento de Navacerrada.
Javier Agra
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